Dos lugares



Nunca le veía entrar, pero siempre salir. Todas las tardes entraba en la cafetería de la universidad, pedía un café y se sentaba frente al ventanal en dirección hacia su asiento preferido. Le veía leer con una sonrisa mientras, quizás más rápido que otras personas, volteaba las páginas del libro de turno; nunca era el mismo tres días seguidos. Se quedaba por no más de una hora y luego desaparecía de su vista, del resto de su día. 

Alguien le dijo una vez que una persona ya era importante para uno cuando comienzas a pensar en ella, desde ese momento no había vuelta atrás. Ahora podría decir que le daba la razón. Desde hace cinco meses que cuando esa persona faltaba, su pecho se oprimía y su día parecía dejar de ser interesante. Era ridículo.

Se tenía curiosidad acerca de que libros leía, que tenían esos que no tuvieran otros para hacerle sonreír de esa forma. Por qué se tapaba con la mano aquella sonrisa espontánea mientras leía; la forma en que, descuidadamente, revolvía su cabello después de dejar la taza de café a un lado; cómo, después de cada tanto, miraba hacia su alrededor cerciorándose de que ninguna persona le observase. Nunca le vio, era curioso.

Quería conocer las historias que habían detrás de cada costumbre.

Le había visto hablar con otros muy pocas veces, ni siquiera recordaba los rostros de esas personas. Eso le resultaba curioso. Quería preguntarle tantas cosas. ¿Acaso un libro era más interesante que una persona? Algo le decía que su respuesta sería un “sí” y él quería rebatírselo. ¡Dios, Casi podía imaginarse todo!

En esta ocasión tenía la determinación de dejar de imaginar cosas y  volverlas realidad, lamentablemente llevarlo a cabo le resultaba más difícil de lo que creyó. Sin embargo, ya estaba frente al mesón esperando por que el encargado le entregase su café. Ya había dado el primer paso, lo que seguía era avanzar. Ahora debía presentarse, hacerle saber que existía, y él estaba conciente de lo importante que era la primera impresión.

Con un café en mano caminó en sus dirección, sus manos sudaban, la derecha agarraba con fuerza la tela dentro de su abrigo y la izquierda, esta solo evitaba apretar más de la cuenta el vaso. Su disfraz para aparentar estar tranquilo estaba resultando ser un éxito.

Estaba apunto de sentarse a su lado cuando se puso de pie y, aún con el libro en la mano, camino hasta la salida. Sabía que no entraba a ninguna clase a esa hora. Se detuvo por unos segundos antes de salir completamente del lugar, tal vez era solo su imaginación… pero parecía insinuar que le siguiera, debía ser eso, sin duda era se trataba de eso.

Aún así, sus piernas le llevaron hasta donde él iba, siempre unos cuantos metros atrás. En silencio, casi aguantando la respiración. Los amplios patios se convertían en pequeños pasillos y esos pasillos en aun más pequeños pasadizo que, a pesar de llevar más de dos años pasando cinco de siete días en ese lugar, no sabía que existían.

Le fue imposible no notar como su actitud se iba relajando a medida que menos personas les rodeaban; como sus pasos disminuían su velocidad y como sus hombros se soltaban. Entonces, llegaron a una escalera en forma de “ele” casi oprimida por las blancas paredes que le rodeaban, era casi irreal, como aquellos pasillos que se ven en las películas, aquellos que parecen la entrada a un mundo irreal.

Él subió a paso rápidamente, casi expectante. Esperó hasta que desapareciera de su vista para seguirle mientras cuidaba de no hacer sonar la madera bajo sus pies. Podía sentir como su corazón golpeaba contra las paredes interiores de su pecho. Estaba apunto de comenzar a subir la segunda parte de la escalera cuando vio, a través del borde de la pared, la parte delantera de un zapato. Tragó saliva, pero no dudo, quería que ese momento llegase desde hace tanto tiempo.

Levantó la cabeza decidido, sabía lo que encontraría cuando diera un par de pasos más, sin embargo, uno nunca podría predecir la intensidad de las emociones que una persona nos puede causar. Él estaba allí, apoyado contra la pared mientras le miraba con un brillo difícil de identificar en sus ojos. Sencillamente, le quitó las palabras de la boca.

Tardaron un minuto en reaccionar y despegar su vista de los ojos del otro, si fuera una historia normal, ambos habrían comenzado una amena charla y se habrían enamorado al descubrir las cosas en común que ambos compartían. Este no era el caso.

El chico esbozó una sonrisa demasiado tímida comparada con la seguridad de su postura, y caminó hacia una enorme puerta unos escalones más arriba. Se limitó a seguirle.

Una vez dentro se sentó frente a él en la única silla frente a la única mesa en ese pequeño cuarto. El chico colocó su libro frente suyo y comenzó a leer, como si ignorase su presencia, mas de en cuento alzaba su vista y podía notar como sus mejillas se tiritaban un poco antes de que mordiera su labio inferior y regresara sus ojos al libro.

Recargó su cabeza sobre el brazo derecho que tenía sobre aquella pequeña superficie. Estaban haciendo lo mismo que venían haciendo desde hace meses solo que ahora uno frente al otro, pero lejos de incomodarse, se sentía tan familiar. No era como tocar el cielo, era simplemente, estar en alguna parte del mundo donde nada más importaba. Era un acto frío y a la vez cálido: no se podía explicar.

De un momento a otro la mirada del chico frente a él cambió, se volvió intensa, y segundos después llegó aquel gesto; su mano se movió en dirección a su boca al mismo tiempo que la propia viajaba para interceptarla, llámese una intensión reprimida desde el primer momento.  Acción que les tomó por sorpresa a ambos, deteniendo la risa de uno y la respiración del otro.

- no deberías hacer eso… - murmuró sin darse cuenta. El otro bajó su miraba antes de sonreír, sonreírle. Y eso bastó para que incluso antes de saber su nombre se atreviera a recorrer su mano desde su muñeca, pasando por su dorso hasta llegar sus dedos, y entrelazarlos tímidamente.

Apoyó su mentón sobre su mano libre y observó como este volvía a su lectura mientras mantenía la unión entre ambos. Su rostro no se veía perturbado, su labios no temblaban, sus dedos sudaban. Actuaba como si él ya no estuviese frente suyo, pero cada cortos periodos de tiempo su mirada viajaba hasta la punta de sus dedos y estas rozaban un poco más su piel.

Era una extraña conexión.

Le gustaban sus dedos, eran largos, contorneados, se movían con gracia a pesar de tener tan limitado espacio entre los suyos. Su muñeca era firme, seguramente, él era buena con las manualidades, algo en lo que se podían diferenciar con relativa facilidad. Sus brazos, hombros y cuello  le atraían, en especial este último, le fascinó su unión con la marcada mandíbula de este.

Tragó con dificultad.

Un impulso le llevó a levantarse, jalar la mano entre sus dedos hacia su cuerpo y con la otra sujetar la ropa del otro. Por un momento pensó que no le había sujetado bien, apenas y podía sentir su peso. Con su rostro a solo centímetros del otro esperó, a que le rechazara, a que lo atrajera contra él, a que simplemente reaccionase, aceptaría lo que fuera. Mas solo recorrió sus labios con la mirada antes de levantar la vista hasta sus ojos y segundos después cerrar los propios.

Se acercó aun más, rozó sus narices mientras escuchaba y respiraba su aliento. Llevó su mano a la nuca de este y, luego de inhalar mucho aire, se inclinó sobre su boca siendo recibido inmediatamente por la unión perfecta entre sus labios y el vaivén sin forma de sus lenguas. Escuchaba gemidos, sin embargo, le era imposible identificar cuál eran lo suyos y cuáles era ajenos.

Antes de darse cuenta, estaba entre las piernas abierta de quién ahora estaba casi recostado sobre la mesa con sus manos aferradas a su espalda, lo único que evitaba que su cuerpo descansara por completo sobre el otro era la acción de una de sus manos, la que mantenía algo de conciencia tiempo-espacio en él.

Escucharon el sonido de una campana que por lo general pasaría desapercibido para ambos. Su beso se vio interrumpido, el cuerpo bajo él se tensó y antes de formular una pregunta este lo alejó y comenzó a arreglar sus cosas.

- lo lamento, tengo un examen ahora – dijo acercándosele, la respiración de ambos seguía irregular, pero rítmicas entre ellas. Su rostro enrojecido era tierno, demasiado para ser un hombre.
- entiendo… - su voz, no estaba seguro si se había escuchado, pero podía asegurar, gracias a la sonrisa tímida del otro, que su expresión en esos momentos debía ser al notoriamente graciosa y/o desconcertada. Tal vez su pelo se había desordenado.

Un segundo campanazo y sus labios eran atrapados en un fugaz beso que su mente tardó en digerir ya que una vez reaccionó solo alcanzó a ver la espalda del otro desaparecer por el marco de la puerta.

Sus labios aún ardían.



Con una memoria demasiado frágil para su gusto logró que sus pies llegaran a aquella escondida habitación en la que había estado el día anterior. Los acelerados latidos de su corazón ansiosos por otro beso, le decían que lo encontraría ahí y no en la cafetería. Subió las escales casi corriendo, la puerta estaba completamente abierta. Relajó un poco su cuello moviéndolo de un lado al otro antes de cruzar el umbral.

Él estaba ahí.

No leía, sino que escribía lo que parecía ser un reporte o algo por el estilo. No levantó la mirada hasta que se sentó frente a él y solo le sonrió. ¿Por qué aquella simple reacción no le lastimaba? ¿era masoquista acaso?

Le vio romper el final de la hoja y escribir algo, luego puso el papel frente a suyo, a solo centímetros de su cuaderno.

“Changmin”

Sonrió, y por un microsegundo, juró haber sentido cierta tensión por parte de Changmin al no recibir una respuesta inmediata. Esperó a que le mirase para robarle un beso.

- Yunho.

Changmin mordió su labio inferior y continuó escribiendo, dejando una de sus manos libres sobre la mesa. Yunho no tardó en entrelazar sus dedos nuevamente, antes de mirarle en silencio.

Desde esa tarde las cosas serían diferentes.

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