"A veces un café es la invitación para que alguien entre en tu vida".
El
suave aroma que se desprendía del café que tenía frente a él lo inundó por
completo, obligándolo a recordar la primera vez que vio a aquel chico entrar a
la cafetería. El ligero sabor agridulce se podía comparar con esa extraña
sensación que él había sentido cuando su esbelta figura apareció frente a sus
ojos. La delgada consistencia se asemejaba a la intensidad con que aquél
muchacho había logrado quedarse en su retina; era fácil de absorber, pero
difícil de olvidar.
-
un café, por favor – ordenó el chico frente suyo sin voltear a mirarle. Su
vista se mantenía en la mesa libre que estaba a un lado del ventanal principal
muy cerca de la caja.
-
¿para servir o llevar? – preguntó por simple protocolo. Ese muchacho visitaba casi
a diario su lugar de trabajo y ordenaba un café de color mate cargado, de aroma
herbáceo y un sabor ligeramente dulce.
-
para servir – respondió, sacando su monedero del bolso. Distracción que él
ocupó para sacar la taza de café preparada hace unos minutos desde debajo del
mesón principal.
-
aquí tiene – dijo, acercándola con cuidado a la mano derecha de aquél chico.
Este lo miró fijamente por unos segundos pero no emitió sonido alguno,
simplemente depositó el valor exacto y con una cortés sonrisa se encaminó a su
puesto.
Miró
el reloj y posó su mirada de nuevo sobre él memorizando cada movimiento que
hacia, la forma en que miraba cada tanto por la ventana, como olía el café, lo
perdido que parecía en sus pensamientos después de cada sorbo. Cada día que
pasaba descubría un gesto nuevo y, a su vez, revivía otros. Parecía haberse transformado
en su nuevo pasatiempo.
Cerca
de veinte minutos habían pasado y el chico sólo había apoyado su cabeza en el
frío ventanal junto a él mientras observaba vagamente la calle, no parecía
tener intención de marcharse; le intrigaba. Tampoco parecía tener algo que
hacer, no había sacado un libro como en ocasiones lo hacía, ni siquiera miraba
su celular y el café había quedado en el olvido. Se vio tentado a llevarle otro
pero no parecía apropiado.
-
disculpe – le llamó una chica - ¿me puede decir donde esta el baño?
-
por supuesto – sonrió – ¿ves esa puerta al final de este pasillo?
-
oh, claro – asintió avergonzada – no lo había visto, muchas gracias.
Un
rápido y repentino movimiento de aquél chico captó nuevamente su mirada. Agitaba
su mano derecha tratando de llamar la atención de un muchacho fuera de la
cafetería, este al verlo comenzó a caminar hacia la entrada sin notar el
pequeño desnivel tropezando. Y descubrió un nuevo gesto. Su mano izquierda
apuntó a su recién llegado acompañante, la derecha cubrió su boca sin evitar
que su risa se escuchara por todo el lugar; su cuerpo se sacudió de manera
graciosa y su cabello se movió permitiéndole observar con detalle la forma en
que uno de sus ojos se achicaba tiernamente.
El
desconocido se acercó hasta el mostrador avergonzado, arreglándose
disimuladamente la camisa, le dedicó un pequeño gesto con la cabeza en forma de
saludo y comenzó a ver los postres en la repisa de adjunto. Nada pareció
entusiasmarlo y sin más caminó hacia donde estaba el chico esperándolo con las
mejillas sonrojadas por tanto reír.
No
entendía porque lograba cautivarlo hasta ese grado, incluso la forma en que
quitaba el cabello de su rostro parecía hipnotizarlo. Quizás era la esbelta
forma que tenían sus dedos o la aparente suavidad de cada fibra en su cabeza.
Cada
segundo que ese chico permanecía frente a él lo llevaba a la terrible
conclusión de que se había enamorado perdidamente de un desconocido con el que
nunca había intercambiado más que un par de frases, pero eso era algo que él
podía aceptar. Su molestia recaía en no saber porque justo ese chico entre
tantos que visitaban la cafetería, la mayoría de ellos eran atractivos, altos,
con un rostro ligeramente infantil; sin duda muy similares a él.
Habían
cosas que sólo el tiempo le podía responder.
Tan
absorto estaba en sus pensamientos que apenas notó cuando ambos chicos tomaron
sus cosas con la intención de marcharse.
-
disculpa, ¿sabes como llegar a la estación de buses? – le preguntó el chico de
estatura normal – tengo que estar allí en veinte minutos y mi amigo no sabe
como llegar.
-
por supuesto – aclaró su voz – cruzando la calle, justo en la esquina pasa el
bus.
-
gracias, me salvaste.
-
no hay problema.
Los
vio salir de la cafetería y cruzar la calle, cada tres pasos uno de ellos le
daba golpes al otro, en brazo, en la espalda; pero sólo el más bajo tomó el
bus. No pudo evitar sonreír nervioso, se sentía feliz por el simple hecho de
que no se irían juntos.
Parecía
haber vuelto a los quince.
-
esto es tan estúpido – murmuró, apoyando su frente sobre sus manos y estas, a
su vez, descansaban en la superficie del mesón - ¿debería cerrar? – se
preguntó, mirando de reojo el reloj en la pared – creo que sí. – suspira.
Él
no se atrevía decirle a ese chico que la cafetería, hasta hace un par de
semanas, nunca cerraba tan tarde; sin embargo, parecía estar tan a gusto en ese
lugar sin percatarse de que siempre era el último cliente, que le era imposible
echarlo.
Estaba
a punto de bajar la última cortina metálica que cubría los ventanales del
negocio cuando una melodía llegó a sus oídos. Llevado por un presentimiento, se
adentro en la cafetería y revisó la mesa donde el chico alto estuvo sentando.
-
¡bingo! – dijo al notar el olvidado celular casi al borde la silla - ¿una
llamada perdida?
Pasaron
dos segundos antes de que comprendiera la situación, y una nueva llamada
entraba al celular. Entonces, el
problema “¿contestar o no contestar?” comienza a tener otras variables como:
“¿si contesto y no es él?”, “¿qué hago si es él?”, “¿y si es una emergencia?
No, llamarían a algún familiar no a su propio número”. El celular en su mano
comenzó a sonar estruendosamente poniéndolo nervioso.
-
¿hola? – sin darse cuenta había contestado - ¿hola? Soy el dueño del celular… -
escuchó un suspiro entre cortado desde el otro lado de la línea.
-
dime – dijo, mientras se sentaba.
-
se me olvido el celular, como estoy seguro de que ya lo notó – le respondieron inquieto
– escuche, se que puede… ¿quién es usted?
-
trabajo en la cafetería.
-
oh, en ese caso todo es más simple. Se que puede sonar bastante extraño… -
lograba escuchar al chico caminar de un lado a otro – no puedo ir a buscarlo a
esta hora y espero una llamada importante…
-
no entiendo… - dijo ya más tranquilo, disfrutando de esa faceta desconocida,
sin evitar preguntarse que gesto estaría haciendo en ese momento. - ¿quieres
que conteste la llamada?
-
si, por favor – rogó. Quizás estaba haciendo un puchero. – necesito saber que
me respondieron… ¿podrías llamarme después al número que le daré?
-
de acuerdo, déjame buscar algo para anotar – caminó hacia el mesón donde tenía
un par de hojas – ahora si.
-
9346523 – dictó con lentitud- pasaré a buscar el celular mañana. Muchas
gracias. – dijo y la llamada se cortó.
Cada
tono que había salido de la boca del chico le daba a entender que esa llamada
era realmente importante, pero también dejaba en evidencia lo tímido y
avergonzado que estaba en ese momento. Su voz había flaqueado un par de veces y
su aliento golpeaba fuertemente la bocina del celular. Al parecer cada posible
personalidad que pudo haber
pensado para él estaba equivocada, pero aquel descubrimiento lejos de disminuir
su interés sólo lo aumento. Todo le parecía adorable.
Lo
gracioso era que ahora habían dos personas esperando ansiosamente esa llamada.
Una porque le afectaba de forma directa, y la otra, sólo quería conocer más de
la primera. Sin duda la vida tenía situaciones extrañas, o tal vez , situaciones
como esas aparecían con frecuencia pero que nadie parecía notarlas.
Sus
manos sudaban más de lo normal desde hace un par de horas, nunca se había
sentido tan ansioso en su vida como en ese momento. La razón era simple, la
hora en la que ese chico acostumbraba a llegar se acercaba y él aún no podía
idear la forma de entablar una conversación normal.
-
aquí tiene – le dijo al caballero frente a él, quién al parecer estaba bastante
apurado puesto que no dejaba de golpear repetidamente el mesón con sus dedos –
que tenga una buena tarde…
-
como sea – respondió cortante mientras retiraba su pedido y le daba la espalda.
A
pesar de tan descortés acción no se ofendió, no porque no le molestase su
actitud, más bien debido a que su mente estaba más preocupado de chequear la
hora cada tanto olvidándose de las cosas que pasaban a su alrededor. En ese
momento la cafetera a su lado podría estallar y él con suerte lo notaría.
Había
pasado tanto tiempo desde la última vez que se había enamorado que cada emoción
parecía nueva.
Otra
vez volteó a mirar el reloj mientras secaba sus manos contra su pequeño
delantal, sin importarle en lo absoluto el hecho de que aquella blanquecina
tela no soportaría aquél brusco movimiento por mucho tiempo.
Tenía
sentimientos encontrados, anhelaba verlo entrar por la puerta que se encontraba
frente a él y, al mismo tiempo, quería que no lo hiciera, conciente de que si
hablaba demasiado con él su inocente enamoramiento podría transformarse en algo
mucho más profundo, algo que podría salirse completamente de su control. Él no
le temía al amor, sino a amar y no ser correspondido.
-
buenas noches – le dijo a su último cliente.
Estaba
oscureciendo y aquél chico no daba señales de vida aún.
Su
mente había barajado durante horas una serie de situaciones que se le pudieron
haber presentado para no llegar, iban desde un accidente hasta el simple hecho
de haberlo olvidado, pero ninguna de ellas lograba menguar esa extraña y
angustiosa opresión en el pecho cada vez que observaba aquella taza de café
bajo el mesón que había sido recalentado por tercera vez.
Se
había demorado un poco en aceptar que no aparecería, después de todo no era una
reunión ni mucho menos una cita, sólo era un favor. Lo malo era que se había ilusionado
más de lo necesario.
Entonces
uno de los celulares que guardaba en los bolsillos de su pantalón sonó,
rompiendo aquél melancólico silencio en el que se había sumido la cafetería.
-
diga
-
llamaba para disculparme por no poder ir a recoger mi celular – escuchó decir –
se me presentó algo realmente importante – explicó, y a pesar de la sorpresa
por escucharlo cuando creía haber respondido su propio móvil pudo notar el
cambio sutil que tuvo su voz al pasar de un tono apenado a uno emocionado.
-
no hay problema
-
trataré de ir mañana en la tarde
La
conversación parecía estar llegando a su fin.
-
felicitaciones por la publicación…
sólo un minuto más pensó.
-
muchas gracias – dijo, sin embargo, él podía notar detrás de esas palabras un
chico demasiado emocionado y dispuesto a explayarse en el tema.
-
¿es tu primera vez?- preguntó, sin poder reprimir su curiosidad. Era adictivo.
Conocía algo nuevo sobre él pero no lograba saciarse.
-
¿ellos se lo comentaron?
-no,
sólo lo supuse – dijo mientras tomaba el café bajó el mesón y caminaba hacia la
mesa que este solía ocupar para luego sentarse en el lado contrario como si le estuviera
viendo en ese momento. - ¿eso es un sí?
-
sí, creo que sí – respondió riendo, incluso se lograba escuchar el sonido de
alguien aplaudiendo.
-
¿qué es tan gracioso? – preguntó, tratando de no reír también.
-
es difícil de explicar – su voz ya se escucha más normal - ¿qué es ese sonido?
-
¿sonido? – levantó la vista de su taza de café.
-se
detuvo – afirma – era un sonido bastante suave, me suena conocido pero no logro
recordar exactamente que es – dijo, y después se dejo escuchar una especia de
“argh” desde el otra lado de la línea.
-
yo también odio cuando eso pasa – comentó ameno, recibiendo un ligero suspiro
como respuesta. Regresó la vista a la taza frente a él y con cuidado comenzó a
revolver.
-
ahí está de nuevo.
Fue
entonces cuando se dio cuenta que el sonido que él escuchaba era el golpeteo de
la cuchara contra la taza y sonrió, el chico era bastante detallista.
-
creo que es el sonido de la cuchara – comentó – estoy bebiendo café en estos
momentos.
-
por eso no podía identificarlo bien, no suelo utilizar la cuchara, tampoco le
agrego azúcar al café
-
¿no te gustan las cosas dulces?
-
no las odio pero no soy un fanático, de vez en cuando me da la sensación de que
están hechos sólo para chicas y me siento incómodo.
-
no estoy muy seguro acerca de cómo reaccionar ante eso – dijo – a mi me gustan.
-
entonces ignora todo –Casi podía verlo moviendo sus manos en un intento de
paliar un poco lo dicho – me dieron ganas de tomar café – bromeó – iré a
prepararme uno…
-
de acuerdo
-
iré en la tarde – le avisó, y con esto supo que su conversación acabaría.
-
aquí estaré.
Le
dio un sorbo al café lentamente, saboreando su sabor, disfrutando su aroma; luego
volteó a ver el reloj y sonrió. Habían hablado por cerca de veinte minutos, lo
que era bastante si se consideraba el motivo de la llamada, pero lo que más le
había gustado era la forma en la cual pasaron de hablarse formalmente a una más
informal. También le alegraba notar lo fácil que era conversar con él. Ya no le
preocupaba mucho lo que podía suceder al día siguiente puesto que se estaba
dedicando a disfrutar ese momento, donde tanto él como el chico del que se
había enamorado bebían café al mismo tiempo.
-
Su vuelto – dijo, dejando un par de monedas frente a su cliente.
La
jornada se le había pasado con una velocidad casi ridícula a pesar de cargar
con unas horas de insomnio acuestas. Había pasado gran parte de la noche
recordando aquella conversación por teléfono tratando de no olvidar detalle
alguno.
-
un capuchino, por favor.
-
enseguida.
Sin
embargo, lo único que logró con eso fue percatarse de que aún no conocía su
nombre. ¿Cuál sería la probabilidad de conocer e intercambiar palabras con una
persona durante semanas, saber ciertos gustos y recordar a la perfección cada
uno de sus gesto; sin contar el hecho de haber mantenido una conversación
telefónica, de no saber el nombre de la persona en cuestión? Seguramente una
muy baja.
-
aquí tiene, vuelva pronto – la cantidad de gente comenzaba a disminuir de a
poco, como cada día a esa hora.
Chequeó
rápidamente el reloj y sin más se dispuso a preparar el café de su “cliente
favorito”, el primero hasta ahora.
En
esta ocasión no estaba tan nervioso, sus manos no sudaban más de lo usual y no
sentía esa imperiosa necesidad de conocer la hora cada cinco minutos. Talvez
porque le gustaría volver a tener una conversación telefónica con él, aunque
sólo fuese para disculparse. Le parecía ridículo que se conformara con algo tan
simple como eso, aunque fuera verdad.
Mira
a través de la ventana, estaba oscureciendo, la gente en la calle había comenzado
a correr y bastó con escuchar como sonaba el tejado para darse cuenta que había
comenzado a llover, las personas dentro de la cafetería no tardaron en notarlo
y comenzaron a marcharse de uno en uno dejándolo solo en menos de una hora.
Sonrió
con desgano, cuando llovía el tráfico era más pesado de lo habitual y la única forma
de llegar era caminando, pero con la repentina y feroz lluvia que azotaba esa
noche sería un acto bastante irresponsable salir a pasar frío y mojarse al
menos que se tratara de una emergencia.
Lo
más probable es que él ya no fuera.
Ordenaba
las sillas del local tomándose más tiempo del necesario, esperándolo
inconcientemente. Apagó las luces y comenzó a bajar las cortinas de metal
colocándoles sus respectivos candados. Estaba a punto de bajar la última cuando
se detiene sin razón alguna, apoya su frente en ella y deja al aire escapar de
su cuerpo sin oponer resistencia. Deleita sus oídos con el sonido de cada gota
chocando contra el duro cemento mientras cierra sus ojos. Puede sentir como su
cuerpo comienza a enfriarse pero no quiere moverse.
-
¡espere un poco! – creyó escuchar.
Abrió
los ojos y lentamente se dio la vuelta, su mirada se posó de inmediato en el
chico parado al otro lado de la acera cubriendo su cabeza con su chaqueta y la
mochila colgando sobre su pecho para evitar que se mojara. Lo vio mirar hacia
ambos lados de la calle antes de cruzar corriendo y llegar hasta él.
-
hola – le saludó, una vez se resguardó bajo el pequeño techo que sobresalía de
la cafetería – lamento el retraso – dijo, juntando sus manos frente a su
rostro.
En
ese momento una ráfaga los envolvió, y pudo ver como el chico comenzó a
temblar, la lluvia aumento su intensidad y el ruido de esta al chocar con el
techo fue lo que lo despertó de aquél extraño transe en el que se había sumido
cuando vio su cara frente a él con la nariz rosada y sus mejillas completamente
enrojecidas por haber estado corriendo.
-
entra- le invitó, mientras levantaba el metal frente a él. Le pareció ver una
sonrisa cuando este asintió pero gracias a la poca iluminación no podría
asegurarlo.
En
un acto involuntario colocó su mano en la espalda baja de él cuando ingresaba a
al local, él pareció no notarlo ó simplemente no le dio importancia, así que la
dejó en ese lugar unos segundos más.
Su
chaqueta estaba empapada y el frío debía estar calándole los huesos aunque no
lo demostrara.
Prendió
las luces de inmediato. Ahora lo veía con mayor claridad, la parte delantera de
su cabello estaba húmedo y caía con cierta gracia sobre su frente, sus labios
carecían de color pero se veían tentadores, en especial su labio inferior que estaba
atrapado entre sus dientes en un intento por que dejara de tiritar. De pronto
estornudó y cubrió casi toda su cara con sus manos haciéndole sonreír.
-
¿un café? – preguntó – no te cobraré – bromeó tratando de menguar el ambiente.
-
no me importaría pagarlo – contestó, sin moverse ningún centímetro – después de
todo, evité que te fueras…
-
yo creo que me salvaste, si me hubiera ido estaría completamente mojado en
estos momentos – dijo, mientras ponía a calentar el agua.
Observó
como se quitaba la chaqueta y la dejaba en el respaldo de la silla que
usualmente ocupaba, luego volteó el contenido de su mochila, que no era más que
un montón de papeles, sobre la mesa y se dispuso a ordenarlo.
Caminó
hacia donde estaba, junto al ventanal, y dejo la taza frente al chico. Dudó
unos segundos pero finalmente se sentó frente a él de la misma forma en que lo
había hecho cuando hablaron por teléfono.
El
chico levantó su vista, primero miró su propio café, luego el de él y
posteriormente lo observó directo a los ojos por unos segundos. Siempre había
sido el observador y nunca el observado, se sentía extraño. Intentó ocultarlo
poniendo todo el contenido de azúcar que tenía aquel pequeño cartucho sobre su
café y revolviendo lo más lento posible.
-
debe ser genial estar todo el día aquí – dijo él, mirando su reflejo en el
ventanal.
-
lo es
-
no sé si es el lugar, el decorado o el café lo que hace que venga tan seguido –
comentó
-
tal vez fue el momento…
-
¿el momento?
-
muchas de las personas que descubre la cafetería cuando están molestos o tristes,
no regresan. – explicó huyendo de su mirada, enfocándose en el café. – en
cambio, la gente que está feliz, confundida o ligeramente absorta en su vida,
vuelve, al menos, un par de veces más.
-
¿cómo lo sabes?
-
soy muy observador.
-
eso quiere decir que sabías que volvería…– aseguró
-
¿eh?
-
la primera vez que vine
-
tal vez, no lo recuerdo – mintió -, pero no me puedo dar el lujo de dar por
sentado lo que hará una persona – agregó, viendo a su acompañante cerrar los ojos
a medida que hablaba como si estuviera meditando cada palabra que salía de su
boca. - ¿por qué volviste?
-
digamos que, aquí tomé una decisión que no pude completar cuando me fui, por
eso regresé.
-
¿qué decisión? – preguntó con cautela, no quería indagar en un tema demasiado
personal aún.
-
soy profesor de literatura – hizo una pequeña mueca –… nunca pasó por mi mente la idea de
escribir algo hasta que una tarde llegué aquí y pensé “¿por qué no?” – decía,
girando la taza sin parar – esa misma noche traté de escribir y, a pesar de que
tenía una idea en mi mente, no pude – contó, y golpeó con poca fuerza una de
las patas de la mesa – entonces volví aquí y las palabras comenzaron a llenar
mi cabeza, las ordenaba en mi mente mientras bebía café y cuando llegaba al
departamento todo fluía sin problemas. – terminó con una enorme sonrisa,
dirigida a él.
Fue
entonces cuando descubrió el peso que tenía una sonrisa dedicada completamente
a ti versus una sonrisa vista de
lejos, no sólo tenías un mayor ángulo para apreciar la forma en la que sus
labios se curvaban y dejaban entrevistos sus dientes. También podías ver el
brillo en los ojos de esa persona que adornaban ese gesto, mientras te dicen
“sé que estás aquí” y conociendo su situación actual, eso significa tanto.
-
me alegra saber que esta cafetería influye así en las personas – confesó.
-
tiene un poder bastante singular – dijo, y luego suspiró desanimado. Parte de
su húmedo cabello cubrió el nacimiento de su ceja derecha obligándolo a posar
su mirada en ese lugar.
-
¿a qué vino eso?
-
anoche - le dio un sorbo al café- me enviaron un correo pidiéndome que agregara
más escenas románticas para atraer al público femenino pero soy malo en eso. – dijo
– además no lo encuentro necesario, la historia que gira en torno al asesinato
de un personaje importante, no es una novela de amor sino una policiaca. –
reclamaba, sin percatarse de la mirada entretenida que se fijaba sobre él.
-
pensé que los escritores tenían una mayor libertad
-
yo también lo creía, pero… ¡argh! – exclamó de repente, llevando sus manos a su
cabello y revolviéndolo con fuerza. – es peor de lo que pensaba
Era
imposible para él observarlo sin reírse, no sólo por su cómica apariencia en
ese momento, o la forma en que arrugaba el ceño a medida que su risa aumentaba,
ni siquiera por el puchero que ahora formaban sus labios. Era el hecho de que
ambos se habían relajado más rápido de lo que esperaba. Si alguien los pudiera
ver en ese instante pensaría que eran dos amigos cercanos compartiendo un café.
-
en fin, el problema es que no creo poder venir el resto de la semana y tengo
que enviarles las correcciones este viernes – se lamentó.
-
ya veo – murmuró - ¿otro café? – preguntó, recibiendo de respuesta un simple
movimiento de cabeza.
Regresó
al mostrador y calentó agua mientras pensaba en alguna forma de animarle. Vio
como sacaba una pequeña libreta junto con un lápiz y comenzaba a mirar la
cafetería detenidamente como queriendo obligar a la inspiración a llegar hasta
él.
-
forzar algo nunca funciona – dijo para si mismo, comenzando a servir el agua.
-
¿dijiste algo? – le pregunta, sorpresivamente atento a sus palabras.
-
no he dicho nada. – respondió, y ya con el café preparado regresó junto a él a
la mesa. - ¿cómo termina la historia?
-
él…se queda sólo – dijo, con un tono melancólico en su voz – un detective no
puede enamorarse de una asesina.
-
¿por qué lo mató?
-
discutieron, era él o ella.
-
entonces ella no es mala.
-
la razón por la que lo hizo no cambia el hecho, ella era una asesina. – dijo tajante.
-
pero no te pidieron que cambiaras el final de la historia – obvió – a veces los
personajes que se aman no terminan juntos, sólo se aman.
-
¡ah!
-
¡deberías saberlo! – le recriminó, y en un acto completamente natural, tomó el
lápiz que estaba a un lado de este y comenzó a golpear su mejilla con él.
-
que molesto – se quejó, ladeando un poco su cara pero sin alejarse. – además no
soy bueno en eso.
-
espera aquí – ordenó mientras se levantaba.
Avanzó
a paso decidido hasta la entrada bajo la mirada curiosa de aquél chico,
descolgó su chaqueta del pechero y sin más preámbulos salió de la cafetería.
La
lluvia no había cesado pero ya no arremetía tan salvaje, ahora era el viento el
encargado de estremecer a la gente. Parte de su chaqueta se movía descontroladamente
de vez en cuando, sus manos se habían congelado al igual que sus orejas y la
punta de su nariz. Se arrodilló cuidando de no tocar el piso mojado y abrió el
candado que mantenía aquella enorme persiana metálica sujeta al piso y la
levantó revelándole al chico dentro de la cafetería un paisaje impensado.
El
brillo de la luna teñía las nubes de un color plateado que se reflejaba
fielmente en el suelo gracias a los pequeños charcos de agua que se había
formado, sólo las luces amarillas provenientes de algunos postes quebraban
aquella gélida imagen. No había persona alguna en la calle aparte de él, quién
observaba satisfecho la escena frente a sus ojos, esta contenía sin duda todo
lo que recordaba haber visto en películas de detectives y le sería de gran
ayuda al chico sentado junto al ventanal detrás de él.
Sonrió
cuando al mirarlo de reojo le vio tomar el lápiz sobre la mesa y comenzar a garabatear cosas en su
libreta. Su boca permanecía entreabierta y en ocasiones humedecía parte de sus
labios con su lengua. Un ligero escalofrío le recorrió el cuerpo cuando
inesperadamente se vio afectado ante ese gesto.
Se
estaba congelando, no sabía como pero había perdido la noción del tiempo
mientras lo miraba, su aliento era ahora visible y ya apenas sentía sus dedos;
los escondió en los bolsillos de la chaqueta. Un estornudo que lo obligó a
encorvarse un poco le hizo entrar nuevamente en la cafetería directo al mesón
en busca de una nueva taza de café.
Nunca
antes se había sentido tan satisfecho consigo mismo por haber ayudado a
alguien. Le pasó por la mente que tal vez en ese momento aquél chico tiene que
haber pensado que él era una persona realmente amable y si lo era, pero no a
ese grado, al menos no con todos. Se imaginó en la misma situación pero junto a
uno de sus mejores amigos; todo sería muy diferente. Él no lo habría
esperado y, en caso de que lo
hiciera, lo hubiera echado de la cafetería apenas notase que el temporal parecía
empeorar para volver luego a su pequeño departamento. Si, el chico recibía un
trato único.
Con
su taza en la mano regresó a su asiento, observó en silencio como escribía
hasta que este se detuvo para masajear con firmeza su sien. Curioso, trató de
leer lo que había anotado, sin embargo, él se lo impidió cubriendo su pequeña
libreta con su cuerpo.
-
¿qué fue eso? – preguntó, francamente sorprendido.
-
puedes leerlo en otra ocasión – dijo nervioso – además, es sólo el borrador.
-
de acuerdo…
-
¿por qué una cafetería? ¿por qué trabajar en una cafetería?
-
me gusta el café
-
¿sólo eso?
-
soy una persona sencilla.
-
mmm…
-
a todo esto – dijo, metiendo su mano al bolsillo de su pantalón – aún no te
entrego tu celular, no le queda mucha batería.
-
ya casi había olvidado que venía por él.
Estiró
el brazo al igual que el chico frente a él con la intención de entregarle el
aparato en la mano, este sonó gracias al cambio de posición tan brusco y alguno
de sus dedos temblaron ligeramente entumecidos por todo el tiempo que
estuvieron sujetando la manecilla de la taza. Sus dedos se encontraron
fortuitamente cuando ambos sujetaron los extremos del pequeño celular, suaves y
calientes, haciendo que sus propias extremidades dejaran de tiritar.
En
ese momento, casi como si del destino se tratase, el móvil brilló logrando
asustarlos; una canción más que conocida por ambos resonó por el lugar cortando
esa extraña conexión en la que ambos se habían sumido por un par de segundos.
El dueño de este no tardó en contestar la llamada pero tartamudeó cada cinco
palabras mientras trataba de no verlo.
-
debo irme – dijo una vez colgó – tomaré un taxi en la calle principal.
-
¿pasó algo malo?
-
no, sólo quiere que vaya.
-
¿quién?
-
¿te importa si dejo estos libros aquí? – le preguntó inseguro – algunas páginas
están húmedas y no quiero que se rompan.
-
claro, los dejaré en ese estante – contestó, señalando el pequeño y casi vacío
mueble a unos metros de ellos cerca de la pared.
-
gracias – sonrió brillante – los vendré a buscar apenas tenga tiempo.
-
esta bien – le respondió tranquilo, sabiendo que con eso tendría otro encuentro
asegurado – si quieres te puedo dar algunas bolsas plásticas para que pongas
eso papeles – agregó después de echarle un vistazo al interior de su mochila.
-
así está bien, son sólo informes de mis estudiantes, y por lo que alcancé a
revisar aquí… no son la gran cosa – dijo desganado, terminando de acomodarlos
todos dentro de esta – además, ya están casi secos.
Los
había dejado a un costado sobre la mesa mucho antes de que él le entregara la
primera taza de café después de todo.
-
¿cuál es tú número de celular?
-
es el 3325698
-
bien – presionaba la pantalla de su móvil – te avisaré cuando venga la próxima
vez
-
no hay problema – dijo, caminando junto a él hacia la entrada.
-
me alegro – confesó, su mirada en esos momentos era la de un niño que hizo un
nuevo amigo y quiere ir rápido a contárselo a alguien.
Después
de eso se alejó de la cafetería a paso lento, caminó sin mirar atrás hasta
llegar al cruce de la calle; entonces se detuvo, liberó a su cabeza del peso de
su chaqueta que al igual que cuando llegó lo protegía de la lluvia y volteó a
verlo. Su cabello, antes húmedo, ahora estaba por completo empapado y caía
libre sobre su frente.
-
¡nos vemos Yunho! – gritó mientras agitaba su mano. Entonces volteó a ver el
semáforo, este ya había cambiado de color, y sin más cruzó la acera; una vez al
otro lado, se giró una vez más sólo para verlo y luego echo a correr.
Mientras
tanto él sólo miraba su silueta achicarse con cada paso que daba, inmóvil,
tanto mental como físicamente, sentía como sólo miraba sin razonar, sin sentir
el frío. Cuando por fin pudo reaccionar su cuerpo estaba entumecido, el viento
había logrado inmovilizar todas las partes de su cuerpo que no estaban
cubiertas por la ropa con excepción de sus labios que tiritaban.
Dio
un paso dentro de la cafetería y se detuvo después de eso, regresó su vista a
la calle por unos segundos y luego de cerrar con llave la entrada se dirigió
hacia el mostrador; desde ese lugar miró la mesa donde había estado conversando
y sonrió entre nervioso y divertido.
-
¿cómo sabes mi nombre? – le preguntó a la imagen del chico que tenía en la
mente en ese momento – ¿tendré que preguntarte la próxima vez que vengas?
Entonces
reparó en los libros que él había dejado sobre la mesa antes de marcharse, eran
dos, ambos contaban a simple vista con más de trecientas hojas; con portadas
duras y los títulos de estos estaban impresos en letras doradas.
-
“Cinco pepitas de naranja” – leyó en voz alta – Arthur Conan Doyle – por alguna
razón el nombre del autor se le hacía familiar. No era un amante de la lectura,
pero creía haberlo escuchado en un par de ocasiones. Volteó la página y
eligiendo un fragmento al azar comenzó a leer. – “Quizá trace yo, más adelante,
los bocetos de todos estos sucesos, pero ninguno de ellos presenta
características tan sorprendentes como las del extraño cortejo de
circunstancias para cuya descripción he tomado la pluma. ” – pero aquella parte
no le proporcionó ningún detalle – “Mi esposa había ido de visita a la casa de una
tía suya, y yo me hospedaba por unos días, y una vez más, en mis antiguas
habitaciones de Baker Street.” – ese nombre si le sonaba, es más, creía haberlo
escuchado hace unos días mientras hablaba con uno de sus amigos. Cambió de
página nuevamente. – “Sherlock Holmes…” – ahora lo recordaba – “… permaneció
algún tiempo en silencio, con la cabeza inclinada y los ojos en el rojo
resplandor del fuego. Luego encendió su pipa, se recostó en el respaldo de su
asiento, y se quedó contemplando los anillos de humo azul que se perseguían los
unos a los otros en un ascenso había el techo. < Creo Watson> dijo, por
fin, como comentario <, que nos hemos tenido entre todos nuestros casos
ninguno más fantástico que éste.>”
No
le sorprendía que fue un libro de detective, después de todo él ya le había
comentado que su propio escrito trataba de eso, pero le extrañaba que cargase
con dos en su bolso, ambos pesados.
Y
entonces notó algo, no le había puesto atención cuando lo hojeó, pero ahora se
daba cuenta de que las páginas, portada y contraportada, estaban casi secas, no
húmedas como él había dicho. Ese chico podría habérselos llevado.
-
¿por qué no lo hizo? – suspiró, no tendría la respuesta ese día.
Acomodó
los libros en el anaquel que estaba en la pared, se retractó de la idea de
ponerlos en el estante por miedo a que se cayeran en un descuido de algún
cliente o de él mismo. Reacomodó las sillas que habían utilizado sobre la mesa
y lavó las tazas. Al terminar, revisó nuevamente que todo estuviera cerrado y
caminó hasta la pequeña habitación que tenía a un lado del baño para cliente,
hace años había colocado un cartel que decía “cuarto de limpieza” en la puerta
por lo que a nadie le interesaba entrar o le prestaba mayor atención.
Dentro
de ella había un colchón tirado en el suelo junto con un montón de ropa de
cama, a unos pasos estaba un pequeño banco de madera y sobre el estaba su
bolso, llevaba años usando el mismo bolso para ir a trabajar; un poco más allá,
junto a una de las esquinas del cuarto estaba el escobillón, el balde y el trapeador.
Pasó
meses durmiendo a diario en aquella habitación una vez compró la cafetería y
ahorraba para comprar los muebles y electrodomésticos, había sido la única
forma de no gastar dinero en un alquiler; tal vez por esa razón es que no la
había transformado en otra cosa, era su seguro, si algo ocurría podía vender su
departamento y así salvar su negocio.
Se
recostó en el colchón y lanzó un largo suspiró, por alguna razón sus rodillas
temblaron apenas se libraron del peso sobre ellas, sintió su cuerpo helado y su
sien comenzó a doler. Sus ojos comenzaron a vagar por el techo mientras
intentaba no pensar pero no parecía funcionar, su cerebro le hacía revivir cada
palabra que habían intercambiado una y otra vez pensando en que hubiera sido
mejor decir en cada momento, recordando cada gesto hecho por el otro.
Todo
indicaba que iba a seguir de esta forma por una par de horas y lo más probable
es que así hubiese sido sino fuera por el mensaje que llegó a su celular
sacándolo de sus recuerdos, buscó su teléfono sin despegar su vista del techo,
una vez lo encontró miró en un lado de la pantalla la hora y luego número de
quien se lo había enviado, pero no aparecía. Abrió el mensaje de inmediato
encontrándose con una escueta pero reveladora frase que llegó a sacar una
carcajada.
-…
Ahora también tengo tu número – murmuró, alborotó su cabello con su mano
derecha y luego puso el brazo bajo su cabeza en forma de almohada, colocó su
celular frente a sus ojos y lo releyó un par de veces más – no creo poder
quedarme dormido luego…
-
con esa cara terminarás espantando a los clientes – le dijo su amigo desde el
otro lado del mesón - ¿me estás escuchando?
-
si – respondió mientras bostezaba – creo…
-
¿cuántas horas dormiste? – le preguntó, tocando su frente.
-
tres horas, tal vez menos.
-
se nota
-
me duele la cabeza – se quejó mientras cerraba los ojos y arrugaba el entrecejo
– voy a cerrar temprano hoy.
-
descansa un momento, yo atiendo – le dijo, rodeando el mostrador para entrar. -
¿qué fue lo que te tuve despierto?
-…
un mensaje.
-
¿un mensaje? – repitió extrañado, mirándolo de reojo rápidamente antes de
voltear a atender a una joven – buenos días, ¿qué desea?
-
quiero un café no muy cargado y un pedazo de pastel – respondió ella
tranquilamente, señalando con el
dedo un pastel de chocolate.
-
de inmediato.
La
gente volteó a verlo de inmediato, algunos divertidos por ver al chico abriendo
y cerrando cajones algo nervioso y otros molestos por el ruido de estos; la
chica ya se estaba inquietando y golpeaba el mesón de veces en cuando con una
moneda.
-
¡Donghae! – le llamó y apenas el aludido volteó, hizo una mueca con el labio
señalando el cajón que estaba a un lado de la caja registradora y luego le
levantó la ceja.
-
claro – contestó avergonzado, haciendo reír a un grupo de mujeres que estaban
cerca de la ventana. - su vuelto – le indicó a la chica mientras dejaba un par
de monedas sobre el bufete.
-
los cuchillos están ahí – señaló – las cucharas, grandes y pequeñas, están en
el cajón debajo de la cafetera; los tenedores están en el cajón adjunto.
Normalmente no sueles equivocarte en estas cosas, conoces esta cafetería tan
bien como yo – comentó extrañado - ¿todo esta bien?
-
la gran mayoría esta bien, excepto por… – comenzó a decir, pero su voz se fue apagando s medida
que hablaba y desapareció completamente cuando sus ojos se fijaron en el anillo
que tenía en el dedo anular de su mano derecha. – mi novia y yo tenemos
problemas…
-
ya veo
-
pero la verdad es que no quiero hablar sobre eso – hizo una mueca – vine aquí a
despejarme y de paso saber que ha sido de tu vida. ¿De quién son los libros que
están sobre…?
-
son míos
-
eso no es verdad – aseguró -, a ti ni siquiera te gustan los libros, mucho
menos los que tienen tantas páginas – agregó sonriente. Al ver que ningún
cliente necesitaba algo se abrió paso entre las mesas hasta ellos y los llevó
al mesón principal - ¿Sherlock Holmes? – levantó una ceja – este libro
definitivamente no es tuyo. La última vez que vine, hace un par de semanas creo,
demoré toda la tarde en convencerte de ir conmigo al estreno de esta película.
-
me niego a salir contigo ya que por “arte de magia” tu dinero siempre
desaparece – replicó Yunho – y sino me equivoco, aquella vez también tuve que
pagar todo.
-
olvida eso – dijo nervioso – lo importante ahora es ¿Qué hacen esos libros
aquí?
-
escuché a alguien comentar que el libro es mucho mejor que la película, por eso
los compré. – inventó con rapidez – además, la gente viene a leer mientras
beben café y unos libros como decoración…
-
entiendo… - respondió pareciendo estar conforme con la explicación - ¿son de
segunda mano?
-
¿por qué lo preguntas?
-
¿ves como las puntas de cada hoja están dobladas en la misma parte? – este
asintió con un movimiento de cabeza mientras veía atentamente el extremo
superior de las páginas – sólo son las puntas, no están fuertemente dobladas ya
que apenas se nota, asumo que esa persona solía agarrarlas de aquí para voltear
la hoja. También está el empastado. – decía, sujetando su mentón con su mano –
no está tieso como en los libros nuevos, pero no parece estar demasiado gastado.
Sin duda eran de alguien que ama los libros, me atrevería a asegurar que eran
sus favoritos.
-
¿todo eso dedujiste con sólo ver algunas páginas? – preguntó, sorprendido ante
el repentino discurso deductivo de su amigo.
-
elemental mi querido Yunho – respondió este sonriendo – soy un seguidor de
Sherlock Holmes desde hace años, no te lo había mencionado ya que a ti no
parece interesarte mucho el tema – explicó mientras volteaba a atender a un
chico que recién entraba a la cafetería.
Observó
en silencio sus acciones, su cerebro parecía estar en jaque, le sorprendía que
un personaje ficticio como lo era Sherlock Holmes lograra sacar palabras con
tanto sentido juntas de la boca de su amigo; algo que normalmente no sucedía.
Por otro lado, le habían nacido unas irrefrenables ganas de sentarse en un
rincón y leer los, aparentemente, interesantísimos libros y así descubrir un
poco más de su “cliente favorito” a través de estos.
-
te puedo asegurar que alguien que hace esa clase de cosas no vende sus libros –
dijo retomando el tema - ¿De quien son?
-
uno de mis clientes habituales me pidió que los guardase por un par de días.
-
pensé que eran de alguna chica o algo así – confesó haciendo una mueca.
-lamento
decepcionarte – sonrió divertido.
-
¿qué hay sobre el mensaje que habías recibido? – preguntó, tomándolo por
sorpresa.
-
ah, eso… no es nada importante – respondió inquieto, sintiendo como todos los
músculos de su cuerpo se tensaban. – pondré el cartel de cierre, quiero
descansar pronto, después seguimos hablando .
Miró
a través de la puerta de vidrio mientras volteaba el cartel, había pasado casi
toda la noche reviviendo aquél encuentro, sin embargo ahora, todo se sentía tan
irreal, tan lejano. Suspiró. Sacó su celular y buscó por enésima vez el
mensaje, su única prueba concreta (a parte de los libros) de que aquello había
ocurrido y no era un simple juego de su imaginación.
-
iré por algo de comer – dijo, caminado hacia su pequeña habitación secreta –
levanta las tazas de los clientes que se están yendo.
-
de acuerdo.
Podía
sentir su vista fija sobre su nuca mientras avanzaba, como un depredador
esperando a que su presa hiciera algún movimiento y bajara la guardia; no le
dejaría evitar el tema. Con eso había terminado de destruir aquella pequeña
esperanza que aún guardaba.
-
“¡acabo de terminar de escribir más de treinta páginas!” – leyó en voz alta –
sigo sin entender porque este mensaje no te dejó dormir – decía releyéndolo en
silencio.
-yo
me pregunto lo mismo.
-
no entiendo – arrugó el entrecejo – siento que no me has dicho todo.
-
lo hice – dijo – él es un cliente que viene desde hace meses a la cafetería
pero sólo hace un par de días hablamos por primera vez.
-
por celular.
-
si.
-
y… ¿él es escritor? – preguntó. Parecía haberse olvidado de decir ese detalle.
-
lo es, escribe su primer libro.
-
novela policiaca.
-
¿cómo lo sabes?
-
los libros son de Sherlock Holmes – recordó.
-
claro, bueno eso es todo – sonrió.
Después
de haberse sentado frente a él completamente decidido a hablarle sobre todo le
nació una sensación extraña, o más bien, incomprensible. Sintió la necesidad de
guardar ciertos detalles sobre aquél chico sólo para él, no quería que otras
personas supieran las cosas que le gustaban de este, tal vez porque existía la
ridículamente pequeña posibilidad de que esa persona pudiera interesarse sobre
él a medida que lo describiera. Era ridículo, y lo peor es que estaba conciente
de aquello, pero aún así lo hizo.
-
se que no me estás diciendo todo – dijo mirándolo directamente a los ojos por
unos segundos y luego suspiró resignado. -… no sé que se supone que debiera
decir ahora.
-
no tienes que decir nada…
- ¿a que hora te llegó el mensaje? – preguntó
buscando la información en celular – dos de la mañana – murmuró - ¿a que hora
se fue de aquí?
-
cerca de las doce – contestó luego de pensar por un par de segundos - ¿por
qué?
-
debe haber estado bastante inspirado – comentó – mira que escribir treinta
páginas en una hora y algo es bastante bueno. Un amigo de Yeon Hee es escritor,
normalmente demora un año en escribir un libro de trescientas páginas, dice que
le cuesta que las ideas se plasmen como él quiere; supongo que de lo que sea
que ustedes hablaron le ayudó bastante. ¿Qué hiciste para ayudarlo? tal vez
funcione con Minho también.
-
no recuerdo haber hecho algo en especial…
Lo
días siguientes parecían ser más aburridos que cualquier día aburrido que
pudiese haber tenido desde que trabajaba en la cafetería. Técnicamente estos
habían sido similares a los anteriores, mujeres que llegaban enojadas y se iba
con una sonrisa, hombres estresados que se marchaban relajados, grupos de
estudiantes que se divertían, chicas que se sentaban a leer y otros que
simplemente miraban por la ventana; eso normalmente le hubiera bastado para
decir que eran buenos días. Pero ahí estaba una vez más, la hora de cerrar se
acercaba y él estaba detrás del mesón con una taza de café helado escondido
bajo este, esperando por alguien que sabía de antemano no llegaría.
-
buenos días – escuchó decir, pero no reaccionó. – buenos días – repitió esa
persona más fuertemente en esta ocasión – lamento haber entrado, vi el cartel de
cerrado pero como no quiero comprar me atreví a entrar.
-
¿qué decía? – preguntó, dirigiendo su vista hacia la hermosa joven frente a él.
-
yo… - bajó su mirada – escuché una conversación que había tenido usted con otro
joven, no estoy muy segura si entendí bien pero… - ella mordió su labio por
unos segundos y luego levantó la vista – creí oír que pensaba adornar la
cafetería con libros para que la gente leyera mientras esta aquí…
-
si, creo que lo mencioné… - respondió.
-
me alegro, pensé que me había equivocado. – sonrió – traje estos – dijo sacando
varios libros de su bolso – me gustan, pero como ya me los se de memoria y debo
mudarme, pensé que tal vez…
-
entiendo – interrumpió, por alguna razón la chica pareció estar perdiendo esa
fugaz seguridad a medida que hablaba. – muchas gracias – Tal vez había sido su
culpa por no ocultar su cara de sorpresa al notar que todo el contenido de su
bolso eran esos libros, ella había ido expresamente a pasárselo. – en serio te
lo agradezco.
-
no es nada, esta es mi cafetería favorita – comentó – me entristece tener que
marcharme y no poder venir a menudo. Gracias por todo – dijo mientras tocaba el
mesón. Entonces entendió que no le agradecía a él. – aquí lo conocí.
-
¿a quién?
-
a mi actual esposo, y ahora nos iremos a otro país gracias a su trabajo.
-
espero que puedan volver en otro ocasión.
-
lo haremos – aseguró – acordamos venir en cada aniversario.
-
los estaré esperando.
-
nos vemos.
Entonces
se vio a si mismo rodeado de libros que no conocía y poco espacio donde
dejarlos; pero su problema no acabaría con eso. Pasaron alrededor de dos
minutos en los que se vio acosado por la mirada de los últimos clientes en la
cafetería, hasta que uno de ellos caminó hacia él, le sonrió y luego dejó un
libro que saco de mochila sobre el montón de libros; y los demás lo imitaron.
-
gracias – sonrió nervioso, podía sentir como una gota de sudor baja desde su
sien hasta su mejilla mientras hacia una pequeña reverencia. Permaneció en esa
posición hasta que el lugar estuvo vacío.
Levantó
la vista y exhaló lo más fuerte que pudo, movió el cuello de un lado a otro y
luego rodeo el mesón tomando rápidamente las llaves que se encontraban a una
esquina de este. Se colocó su chaqueta y salió a hacer lo que acostumbraba:
bajar todas las cortinas metálicas y colocarles el candado. Una vez terminó
volvió a entrar, retiró las tazas de las mesas y subió las sillas sobre estas
últimas; lavó las tazas cuidando de dejar la que estaba bajo el mesón para el
final. No lo bebería en esta ocasión.
-
ni siquiera se por qué lo hago,– decía restregando la esponja contra la taza. -
no me gusta este tipo de café.
Estaba
cansado, no, no tenia ánimos de hacer nada, su cuerpo podía funcionar hasta
medianoche fácilmente pero su mente había estado apagada desde que se despertó.
Hasta hace ese entonces él conseguido vivir disfrutando el día a día, sonriendo
por pequeños detalles, cautivándose por simplezas, pero ahora se sentía como
las personas que entraban a su cafetería sobrepasados por las circunstancias
que lo rodeabas y la suya tenía rostro y nombre, pero ni siquiera conocía este
último.
Vio
de reojo la pila de libros he hizo una mueca, una puntada repentina en su
cabeza le hizo apoyar la parte superior de su cuerpo sobre el mostrador, sólo
pensar que tenía que ordenar todo eso lo fatigaba. Había sido una mala idea
comentarlo en voz alta.
-
todo es culpa de Donghae – se quejó, desordenando su cabello con fuerza.
Entonces llegó a su mente la imagen de aquél chico sonriendo, con un ojo más
pequeño que el otro mientras mostraba una hilera de dientes blancos.
Se
despertó un par de horas después sobre una de las mesas. Sonrió, había pasado
casi toda la noche ordenando los libros y haciendo un pequeño cartel donde se
explicaba que podían sacar los libros para leerlos pero sólo en el interior del
local, no quería que le preguntaran personalmente al fin de cuentas no estaba
del todo seguro que fuera a funcionar.
Restregó
sus ojos l y estiró su cuerpo, le dolía la espalda por la posición en la que se
había dormido y sus codos estaban entumecidos. Notó como su celular brillaba a
un costado del letrero y aún adormecido revisó el mensaje recibido hace un par
de horas. Sus ojos se abrieron de golpe al ver el número de donde provenía, le
había registrado como “él” por lo que no había forma de equivocarse.
Lo
vería la noche siguiente.
Y
ahí estaba de nuevo… sonriendo como quinceañero.
La
idea de colocar libros había sido un éxito, las personas no dejan de preguntar
sobre ellos y cuando llegarían más, otros donaban sus propios libros de manera
instantánea y él seguía con el mismo problema: no tenía donde dejarlos. Los
únicos libros que nadie tocó fueron los de Sherlock Holmes, no porque no le
interesara sino porque no se encontraban en la repisa junto con los demás. No
quería que alguien dañara o rompiera alguno de ellos.
-
“Acaso el lector me esté calificando ya de entrometido impenitente en vista de
lo mucho que este hombre excitaba mi curiosidad y de la solicitud impertinente
con que procuraba yo vencer la reserva en que se hallaba envuelto todo lo que a
él concernía." – leía en voz baja a pesar de estar sólo en la cafetería.
No acostumbraba leer y la única forma de recordar todo cuando lo hacía era recitándolo
en voz baja, una pequeña costumbre
o técnica, dependiendo de cómo se viera, que había adquirido en sus días de
estudiante.
Cerró
sus ojos y suspiró, le dolían, había pasado gran parte de la jornada
leyéndolos. Necesitaba descansar pero sabía que si lo hacía no lograría
terminar la historia a tiempo y habría sido cerrar la cafetería en vano, él
quería hablar con el chico sobre algo y no que se marchara de inmediato; ese
libro era la forma de lograrlo.
Gracias
a que aún no había cerrado las cortinas metálicas vio como aquél joven cruzaba
la calle a un par de metros de la cafetería. Vestía un pantalón de mezclilla
oscuro y un chaqueta de cuero casi del mismo color lo único que rompía esa
uniforme tonalidad era su enorme bufanda de color morado. No llevaba mochila y
eso le extrañó, se suponía que iría a buscar los libros; pero lo que más llamó
su atención fue que él mismo notara ese detalle. Sherlock Holmes tenía la
culpa.
Secó
el repentino sudor de sus manos contra su delantal y regresó su vista al
frente, el chico estaba frente a la puerta de vidrio golpeándola suavemente
tratando de llamar su atención. Le sonreía. Caminó hasta ella de la forma más
relajada que encontró.
-
al ver el cartel de cerrado pensé que no habías recibido mi mensaje – decía
mientras entraba.
-
si lo leí, pero como siempre estoy aquí no creía necesario responder – mintió
sin mirarle a la cara. Había pensado en que responder durante horas pero fue en
vano. - ¿café?
-
claro – aceptó - ¿puedo ver como lo preparas?
-
por mi no hay problema, aunque no es la gran cosa. – comentó extrañado por la
petición mientras rodeaba el mesón – pasa. – le invitó – puedes sentarte en el
banquillo que está a un lado de la caja.
-
gracias. Siempre me ha dado curiosidad el como se ve la cafetería desde aquí.
-
no es nada fuera de lo normal – sonrió. - ¿puedes pasarme el sobre que esta a
tu lado?
-
este – preguntó levantándolo.
-
si.
Cuando
le entregó el sobre de café su dedos se rozaron por segunda vez, pero no se
puso nervioso, al contrario se tranquilizó, tontamente su cuerpo parecía haber
echado de menos ese calor; lo increíble era que recordase como se sentía cuando
la primera sólo se rozaron por un par de segundos.
-
gracias.
-
mi libro ya esta en la imprenta – dijo contento – vengo de allí.
-
¿cuando estará listo?
-
dijeron que en una semana pero podría ser menos.
-
¿ansioso? – inquirió entretenido. Su acompañante había movido infantilmente sus
piernas evidenciando su entusiasmo.
-
si – confesó desviando su mirada - ¿los estabas leyendo? – preguntó al
percatarse de los libros. Yunho pudo notar como un pequeño brillo se instalaba
en su mirada.
-
estaba por terminar “Estudio en Escarlata”, el otro ya lo leí – admitió,
llenando la taza con el agua hirviendo.
– me atraparon, no tenía intención de leerlos sólo los había hojeado por
simple curiosidad.
-
no sueles leer mucho ¿verdad? – casi aseguró el chico esbozando una sonrisa –
tienes los ojos llorosos, pero no luces triste o demasiado cansado… - entonces
su vista se desvió hasta la pared detrás de él - ¿desde cuando están esos
libros ahí?
-
no mucho – dijo volteando a verlos - ¿dos días?
-
ya veo – levantó sus cejas - ¿puedo leerlos?
-
para eso están – respondió pasándole la taza. – no sé de que tratan sólo los
ordené, pero si te interesa uno puedes leerlo.
-
“… sin sacar de la cafetería” – leyó en voz alta mientras caminaba con el café
en la mano hacia la repisa – es una gran idea poner libros en una cafetería. Yo
puedo traer algunos libros.
-
no es necesario
-
pero tengo varios- insistió – muchos los tuve que comprar mientras estudiaba,
puede que a algunos les sirvan.
-
no tengo donde dejarlos – murmuró. Si Donghae tenía razón, él podría traerle
demasiados. – tal vez más adelante…
-
… ¿Holmes o Watson? – preguntó de repente, sin darle demasiado importancia a la
declinación de la oferta.
-
ninguno y los dos al mismo tiempo.
-
¿cómo? – levantó una de sus cejas y se sentó sobre la mesa más cercana mirando
en su dirección, una esquina de su labio se había levantado formando una
expresión entre intriga y diversión.
-
Holmes es demasiado perfecto en lo que hace, sin embargo, no es sociable. –
explicó – Watson parece fácil de impresionar y por esa razón no me gusta. – el
chico lo observada por el borde de la taza mientras bebía - Pero si pones a
estos dos personas interactuando entre ellos, la historia se vuelve
atrayente.
-
yo también pensé lo mismo – dijo – un excelente detective por si sólo no es
interesante.
-
¿qué utilizaste tú para volver tu historia interesante?
-
escenas de romance – decía mientras caminaba hacia él – sería aburrido que la
historia sólo sucediera en la escena del crimen y nada más…
-
a veces hay que pensar en los que reciben el producto – comentó y el chico posó
su mirada en él- a mi me gusta el café como a muchos, pero no a todos les gusta
el mismo tipo; van desde el ristretto al americano o del moka al capuchino,
caliente o frío, con o sin leche, agrio o dulce, cada persona tiene un gusto
particular para disfrutarlo. Me explico, hay muchos lectores a los que les
gusta el misterio, pero no todos pueden disfrutarlo si cada palabra vuelve al
mismo asunto. – decía tranquilo, sin percatarse de que la boca de su
acompañante se había separado ligeramente ante sus palabras. – Deja que a los
que no les guste el romance se salten esas hojas – concluyó, siendo recibido
por una mirada dulce.
-
supongo que me había olvidado de ellos – sonrió - ¿tú te defines como una
persona sencilla?
-
lo soy
-
no lo pareces – le dijo entrecerrando un poco sus ojos, arrancándole así una
carcajada.
-
lo soy, sólo que tuve que pensar al respecto cuando comencé con la cafetería –
le explicó cubriendo su boca con la parte posterior de su mano. Nunca le había
gustado su risa. – al igual que tú, yo no compré este lugar para la gente sino
porque yo quería vender café, y no tarde en darme cuenta de lo mismo.
-
pero en tu caso era más obvio – le refutó, haciéndolo reír nervioso.
-
puedo apostar que era más joven que tú cuando decidí abrir la cafetería –
respondió, no podía dejar que aquél chico se divirtiera a su costa. Aunque si
ignoraba esa parte y sólo se concentraba en los gestos que este hacía al ver
sus reacciones, quizás podría aguantarlo un par de veces más.
-
aún así…
-
¿cómo se llama el libro?
-
“Asesinato en la cuarta calle”
-
…
-
no soy muy bueno con los títulos – se apresuró a decir.
-
no he dicho nada
-
exactamente por eso lo digo
-
no es malo, pero es… muy literal.
-
¿”muy literal”?
-
ya sabes, todos lo que lo lean saben que hay un asesinato en la cuarta calle en
vez de preguntarse que pasará. Pero puede que me equivoque… - agregó al ver
como habría sus ojos- Si fuera así tu editor te lo habría dicho.
-
tal vez aún no lo estén imprimiendo – dijo, pálido – si los llamo ahora… -
murmuró sacando su celular – quizás…
-
habemos personas a los que no nos gustan los rodeos también – comentó con
rapidez al notar que no parecía haber escuchado sus últimas palabras. Vio como
dejaba de mover sus dedos sobre el móvil y alzaba su mirada. – es más fácil decidir
si lo compras o no.
-
claro. Cambiemos de tema – apremió, guardando el aparato en su bolsillo como si
nada hubiese ocurrido, aunque el ligero sonrojo en sus mejillas decía lo
contrario.
Hay
gente que dice que es el destino el encargado de juntar y separar a las
personas, pero estaba comenzando a creer que el celular era, al menos en su
caso, el encargado de hacerlo.
-
debo irme – dijo, levantándose de la mesa – había olvidado que quedé con
alguien
-
entiendo
-
¿ya no la usas?
-
¿qué cosa?
-
la gafeta con tu nombre – dijo, apuntado el bolsillo de su propia chaqueta.
Misterio
resuelto.
-
se rompió – contestó riendo, se sentía tan idiota, en ningún momento pensó que
él sabría su nombre por ello.
-
¿qué es tan gracioso? – preguntó levantando una ceja.
-
nada – trataba de no reírse, pero la vergüenza tenía más poder sobre su cuerpo
que él mismo.
-
…
-
¿cómo notas esas cosas?
-
“elemental mi querido Watson” – dijo ladeando un poco su cabeza – técnicamente
esa frase no aparece en el libro, pero cae como anillo al dedo. Es normal que
me fijara en el nombre de la persona que atiende la cafetería que visito
regularmente.
-
eso no pasa muy a menudo – sonrió – nadie me ha preguntado mi nombre… Tal vez
una niña, pero fue para un trabajo de su colegio así que no cuenta.
-
¿por qué necesitaba tu nombre? – preguntó extrañado.
-
no entendí muy bien, pero era una pequeña bastante adorable – recordó – pasó
hace más de un año.
-
¿te acuerdas de cómo lucía pero no para que quería tu nombre?
-
me gustan los niños, para que podría ocupar solamente mi nombre no es
importante.
-
¿qué clase de adulto eres? –le preguntó extrañado.
Sabía
como hacerlo reír.
-
¿no tenías que juntarte con alguien?
-
¡maldición!
Y
él sabía como hacerlo flaquear.
Ahí
estaba nuevamente, sus manos acariciaban la manija de la taza con suavidad una
y otra vez mientras miraba la entrada, él no vendría, pero aún así la miraba
expectante. Había pasado una semana desde su última charla y por alguna razón
que desconocía el chico había agarrado la costumbre de avisarle mediante un
mensaje de texto si pasaría o no a la cafetería. Lamentablemente ninguno de
esos días pudo hacerlo. En ocasiones releía los mensajes, sólo para sentir
aquella indescriptible sensación que se apoderaba de su estómago; era
importante, el sólo hecho de que le avisara sin que él le preguntara nada al
respecto le hacía notarse valioso y serlo, lo hacía feliz. Así de simple, con que el chico pensara
sólo unos segundos del día en él, era feliz.
Bebió
un poco de su amaretto, por primera vez lograba disfrutar ese sabor, no era su
café preferido por varias razones que no venían al caso en ese momento; pero
ahora lo disfrutaba. Minutos antes había pensado en prepararse su café favorito
o el de su cliente favorito, sin embargo, luego de pensarlo cambio de idea. Su
café favorito era similar a aquél chico y el de este le recordaba a si mismo,
lo que era bastante gracioso; según los “especialistas” hay un tipo de café
para cada persona, pero su experiencia le decía lo contrario: las personas no
buscan un sabor con el que identificarse sino uno con el que acoplarse y pasar
un buen rato, aunque sea unos minutos, pero disfrutarlos.
Siendo
honesto consigo mismo, la razón
por la que le había puesto atención a ese chico la primera vez que lo vio no
fue precisamente su aspecto, aunque no le era indiferente, sino fue las
características de su café. Decía: quiero a alguien como tú; desde su
filosofía, por supuesto. Pero no se lo haría saber, no por ahora.
-
puede que él incluso tenga una hermosa novia… - dijo, sintiendo como su boca se
secaba. Aquél lapsus le recordó que no lo conocía y que esa era una
posibilidad. ¿Tendría novia? ¿cómo saberlo? – nunca ha nombrado a ninguna
persona mientras conversamos…
Lo
mejor que podía hacer era no pensar en ellos, sin embargo…
-
no creo que haya una posibilidad entre nosotros de todas formas…¿verdad? – se
preguntó, sin conocer realmente la respuesta. A veces es mejor así. – después
de todo ¿qué clase de pareja sería el dueño de una cafetería y un profesor de
literatura? Probablemente nada especial. No se por qué hablo sólo. – suspiró.
Le
dio un último sorbo al café y camino hasta la entrada para volver a colocar el
cartel de “abierto” en la puerta. La vida seguía de todas formas, aunque si
fuera por él la habría detenido apenas lo vio entrar; sería un buen momento en
el que vivir congelado.
-
de toda formas quédatelo tú
La
voz femenina lo hizo voltear hacia la entrada, habían dos jóvenes, una que
parecía rogarle algo a la otra pero, esta última, mucha más baja y morena, no
parecía estar de acuerdo.
-
pero no me…
-
nos vemos mañana – dijo la chica de cabello castaño mientras comenzaba a correr
- ¡a las nueve en mi casa!
-
nos vemos – suspiró resignada la morena, abriendo la puerta de cristal – buenos
días.
-
buenos días ¿en que la puedo ayudar?
-
me puedo preparar un café para llevar
-
¿alguno tipo en especial?
-
no, en realidad no conozco mucho sobre café – sonrió - ¿qué me sugiera para un
día que apenas está comenzando y hace mucho frío?
-
¿tiene mucho que hacer hoy?
-
por desgracia si – dijo ella, paseando su mirada por el lugar - ¿se pueden
donar libros?
-
sí, es para que la gente pueda leerlos aquí – explicó moviéndose de un lado a
otro - ¿no es intolerante a la lactosa?
-
no – rió sorprendida por la pregunta
-
entonces le encantará – dijo, poniendo el vaso junto a la caja. Ella sólo
sonrió y después de mirar el precio en el mostrador le dio un sorbo al café.
-
es delicioso – dijo entusiasmada y sorprendida – vendré más seguido – prometió
mientras sacaba su monedero – me gustaría donar un libro
- de acuerdo – dijo recibiendo el dinero
con una sonrisa. La chica era agradable, muy pocos clientes intercambiaban más
de un par de palabras con él. - ¿no te gustó?
-
no leo libros de este género – explicó – el novio de mi amiga, la que estaba
afuera conmigo, se lo regaló ayer y bueno, por alguna razón que no entiendo
terminaron hace un par de horas – continuó al notar su cara de extrañeza – por
lo mismo, ahora no quiere ni ver este libro. Y me obligó a quedármelo.
-
¿estás segura de dejarlo aquí? Tu amiga puede arrepentirse.
-
lo estoy, una vez rompe con sus novios no regresa, además ni siquiera le gusta
leer. – dijo convencida – nos vemos
-
que tenga un buen día.
Recordaba
una situación similar pero él fue al que cortaron, de un día para otro sin
explicación alguna. Casi puede sentir como su corazón ardió en esos instantes,
impotencia, resentimiento, rabia, tristeza, un millón de emociones que no
quería repetir; daba miedo descubrir que ya había comenzado a avanzar en el
mismo sendero.
Tomó
el libro en sus manos, la contra portada era completamente negra salvo por una
silueta algo difuminada de una mujer dando la espalda, al un costado de ella
había una nota con letras blancas donde el editor alaba la sintaxis y narración
“naturalmente fluida” que poseía el autor a pesar de ser su primer libro. Si
con aquella palabras quería lograr que los lectores se interesaran en el libro,
lo logró. No tardó en voltearlo en busca del título.
- “Asesinato en la cuarta calle” – leyó
con una sonrisa. Las coincidencias parecían ser algo natural en su vida. –
escrito por Shim Changmin…
Cualquiera
fuera el rumbo que estaba pensado para ellos, la forma en que sucedían las
cosas no dejaban de ser extrañas, casi infantiles. ¿No podía conocer su nombre
como cualquier persona?
-
pensaba que salía hoy a la venta – dijo sin apartar la vista del nombre, estas
estaban escritas con gruesas letras rojas en la parte inferior. El libro no era
tanto grueso como creyó que sería y estaba seguro de poder terminar de leerlo
antes de encontrarse con… Changmin.
Le
era imposible dejar de sonreír.
-
“Ji Yool no lo podía creer, el hombre del que se había enamorado, el hombre al
que se había entregado por completo era el mismo que la encerraría en la cárcel
de por vida.” – leía en voz baja. – “Sus piernas cedieron dejándole sentir el
húmedo césped, su paraguas cayó a su lado rompiéndose en varias partes, parecía
representar fielmente como se sentía. Su pecho se había contraído cuando le
escuchó decir que ya sabía quien era el asesino haciéndole perder toda la
fuerza, y en esos momentos le era difícil hasta respirar. Todo estaba llegando
a su fin.” – mordió su labio, había esperado esa escena durante todo el libro –
“Levantó la vista con algo de miedo segura de que se encontraría con una mirada
llenas de prejuicios por los actos que había cometido, sin embargo él seguía
dándole la espalda, lo único que podía observar era su puño contraído en uno de
sus costados. No sabía que sucedería ahora.”
-
¿joven? – preguntó una señora parada frente a él – ¿me puede atender?
-
claro – algo avergonzado - ¿qué le sirvo?
-
un taza de café sin azúcar, por favor.
-
¿para llevar?
-
no, lo beberé aquí – le sonrió – prometo no meter ruido para no interrumpir su
lectura – agregó mirándolo divertida.
-
no se preocupe – dijo sintiendo como se sonrojaba.
-
¿es un buen libro?
-
lo es – aseguró – la atrapará desde la primera hoja.
-
lo compraré en ese caso
-
muchas gracias – dijo, mientras dejaba la taza caliente sobre el mesón. No le
agradecía por la compra y estaba seguro de que la mujer también se había dado
cuenta. – su vuelto.
-
gracias a ti.
Miró
el libro unos segundos antes de continuar con la lectura, quería que se
vendiera bien así Changmin estaría contento.
-
“Dong Joo miró hacia el cielo por unos segundos observando detenidamente el
paisaje a su alrededor. Las nueves estaban más grises que nunca antes, sin
embargo, parecía brillaban diferentes, más hermosas, más suaves y más
nostálgicas que nunca; le daban una apariencia surrealista a aquella imagen. Y
ese hombre parecía acoplarse tan perfectamente con aquél paisaje.” – entrecerró
las cejas, aquello le parecía conocido. – “Ji Yool sonrió resignada, no había
forma de que le doliera menos, él podía decir que la amaba, pero dolería, él
podría odiarla y dolería; ya nada era relevante, sólo quería guardar esa imagen
en algún lugar de su corazón de alguna manera para poder evocarla todas las veces
que quisiera.” –estaba seguro que había visto o escuchado algo similar –
“Entonces, después de lo que pareció una eternidad, él la miró fijamente y
esbozó una sonrisa cansada, sus ojos estaban algo hinchados y piel estaba un
poco más pálida de lo normal. <Esta no será la última vez> le escuchó
decir a pesar de la lluvia <Lo prometo> agregó. Ella no pudo evitar
correr hasta él y besarlo con desesperación al sentir como sus manos la
rodeaban.”
-
lo lamento – dijo la señora cuando su bolso cayó al suelo – no deseaba
distraerle.
-
no se preocupe – se apresuro a levantarlo él mismo – aquí tiene.
-
muchas gracias.
Y
lo recordó.
Con
libro en mano se sentó en la mesa que Changmin acostumbraba ocupar y diferente
a otras ocasiones, no lo hizo como si lo estuviese mirándolo, sino que
exactamente en su puesto. Leyó nuevamente el mismo fragmento y sonrió; había
entendido la razón del por qué le sonaba tan conocido. El día que había llovido
y había levantado las cortinas para que él se inspirase era exactamente igual a
lo que se narraba en la historia.
-
en ese caso – dijo pensativo – el hombre que la protagonista mira podría ser…
¿yo? – abrió sus ojos sorprendiéndose a si mismo – por supuesto que no. ¿verdad? – preguntó al aire, apoyando su mentón en la palma de su mano. Exhaló
con fuerza. Regresó su vista al libro, le faltaban sólo treinta hojas para
terminarlo. – treinta páginas – murmuró – treinta…- sacó su celular y comenzó a
buscar el primer mensaje que Changmin le había mandado – “¡acabo de terminar de
escribir más de treinta páginas!” – leyó, mientras trataba de imaginar su
rostro cuando le mando el mensaje. ¿Acaso el resto del libro también lo había
influenciado él? – no, puede que sólo haya sido esta parte, además ni siquiera
es seguro de que sea eso –decía buscando el párrafo donde se había quedado.
owwww.... esta hermosooo!!! y ultimamente he tenido una gran fascinacion por el cafe :3
ResponderEliminarq manera mas rara de conocerse y de saber sus nombres, y lo ultimo, las citas textuales del libro, awww Yunho fue la inspiracion, ya se dio cuenta q a Changmin le gusta,.... qiero conti prontooo..
Gracias y q pases una bonita Navidad =)
OMG! No sabes como me encanto!
ResponderEliminarYunho esta demasiado enamorado como un chico como el, pero no es raro, es CHANGMIN! no se por que parece una historia real... es una vida pasada de ellos dos! jajajaja
El hermoso libro de Min nos esta dando pistas de los sentimientos que este siente, se esta enamorando de Yunho, sino no le hablaría, y eso es demasiado obvio y pronto se declaran y me muero por leerlo!!!
Siguelo Laurita!!! SIGUELO! que me encanto, lo ame... me hiciste sentir lo que Yunho siente por Changmin y lo que Min trata de esconder a Yunho...
LO AME!!!
FIGHTING!
asdfassdfasndjasf OMG!!!!! he disfrutado leerlooooooo!!!! hasta me entraron ganas de tomar café!!!! la redacción, los sucesos, los sentimientos, yunho, changmin, las coincidencias, circunstancias etc etc me han fascinado!!!! :3 lo has escrito como toda una profesional!!! enserioooooo me has dejado con una ganas bárbaras de seguir leyendo y tomar muuuucho café. La espera realmente valió la pena (Y) muchisisisimas gracias por escribirlo y compartirlo y FELIZ NAVIDAD!!! <3 estaré esperando muuuy ansiosa el sgte cap ^_^
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