- ¿dónde estoy?
- es una de las casa de la Tribu.
Te sacaremos de la ciudad en uno o dos días.
Su voz calmada y pragmática me
enfureció aún más.
- la noche de mi adopción le dijiste que no le
traicionarías. ¿te acuerdas?
Kenji suspiró.
- aquella noche los dos hablamos
sobre lealtades encontradas. Shigeru sabe que, en primer lugar, mi obligación
es servir a la Tribu.
- ¿por qué ahora? – pregunté, con
amargura -. Podrías haberme dejado una noche más.
- tal vez yo, personalmente, te
hubiera concedido esa oportunidad; pero el incidente de Yamagata hizo que los acontecimientos escaparan
a mi control. En todo caso, ahora estarías muerto y no serías de utilidad a
nadie.
- pero primero podría haber
acabado con la vida de Lida – mascullé.
- esa posibilidad fue considerada
– dijo Kenji -, y se decidió que no era acorde con los intereses de la Tribu.
- supongo que la mayoría de
vosotros trabaja para Lida…
- trabajamos para quien mejor nos
paga. Nos gusta una sociedad estable. La guerra abierta dificulta nuestras
operaciones. El gobierno de Lida es cruel pero sólido, y nos conviene.
- o sea, que estuviste engañando a
Shigeru todo el tiempo.
- Shigeru estaba condenado desde
el principio. Demasiados señores poderosos querían librarse de él. Ha tenido
suerte de sobrevivir tanto tiempo.
Un escalofrío me recorrió el
cuerpo.
- ¡no debe morir! – exclamé
- seguro que Lida encuentra algún
pretexto para matarle – dijo Kenji, con suavidad-; es demasiado poderoso para
poder seguir con vida. El problema con Shigeru es que la gente le quiere.
- ¡no podemos abandonarle! ¡déjame
volver con él!
- no es decisión mía.
- ríndete, Yunho – dijo Kenji, al
tiempo que me miraba a los ojos-. Todo ha terminado.
Yo asentí lentamente. Sería mejor
que fingiera estar de acuerdo.
- ¿puedes desatarme?
- esta noche, no.
La boda se iba a celebrar dos días
después. ¿sobrevivía Shigeru hasta entonces? Si fuera asesinado antes, ¿qué
sería de Changmin? Mis pensamientos me atormentaban. Me angustiaba la idea de
que Shigeru pudiera creer que yo había escapado por voluntad propia.
- todo pasara – dijo
Si mis manos hubieran estado
libres, le habría matado. Salté hacia él, balanceando las manos atadas para
golpearle en el costado.
- ¡ríndete! – gritó -. haré que te
rindas a golpes si es necesario. ¿es eso lo que quieres?
- ¡si! – grité yo-. Venga, mátame,
porque esa será la única manera en la que podrás retenerme aquí.
Entonces, Kenji se arrodilló
frente a mí, me agarró la cabeza y me obligo a mirarle.
- ¡estoy intentando salvarte la
vida! – gritó - ¿es que no puedes meterte eso en tu cabezota?
Yo le escupí, y me preparé para
recibir otro golpe, pero el hombre del carromato le detuvo.
- ¿qué tipo de sangre, testaruda y
demente, heredaste de tu madre? – preguntó, lleno de rabia. Cuando llegó a la
puerta, se dio la vuelta y dijo-: no le quitéis la vista de encima. No lo
desatéis.
El sueño me despejó. Cuando
desperté, era ya por la mañana. Mi cuerpo se había recuperado en parte y ya
podía moverme sin sentir dolor. Yuki estaba de vuelta, y al notar que me había
despertado, envió a Akio a hacer un recado. Yuki aparentaba ser mayor que los
otros, y por lo visto tenía cierta autoridad sobre ellos.
- anoche fui a la casa de
huéspedes y conseguí hablar con el señor Otori. Sintió gran alivio al enterarse
de que estás sano y salvo. Su mayor preocupación era que los Tohan te hubieran
atrapado y asesinado. Te ha escrito una carta.
-¿la tienes?
Yuki asintió.
- tengo otra cosa para ti.
Se trataba de Jato.
Me invadió tal sentimiento de
tristeza que pensé que iba a morir. Entonces, las lágrimas me cayeron a
borbotones y me resultó imposible frenarlas.
Yuki, con amabilidad, exclamó:
- van a ir desarmados al castillo
para la ceremonia. Shigeru no quiere que su sable se pierda en caso de que él
no regrese.
-no regresará – dije yo, al tiempo
que las lágrimas caían en torrente. - ¿por qué lo hiciste? – pregunté – has
desobedecido a la Tribu.
- estuve allí cuando Takeshi, el
hermano del señor Otori, fue asesinado… - No quise interrogarla más, y me sentí
muy agradecido por lo que había hecho por mi.
- dame la carta – dije, al cabo de
un rato.
“por
razones que no vienen al caso, no nos fue posible continuar con nuestro
arriesgado plan. Lo lamento mucho, pero al menos me he evitado el sufrimiento
de enviarte a la muerte. Me dicen que estás con la Tribu y, por lo tanto, tu
destino queda fuera de mi control. No obstante, era mi hijo adoptivo y mi
legítimo heredero, y abrigo la esperanza de que algún día puedas asumir tu herencia como Otori.
Si muero en la manos de Lida, te pido que vengues mi muerte pero
que no la llores, pues pienso que con ella alcanzaré más logros que con mi
vida. Ten paciencia. También te pido que cuides del señor Shirakawa
Algún
vínculo de una vida anterior ha debido de dictar la fortaleza de nuestros
sentimientos. Me alegro de haberte encontrado en Mino. Te envío un abrazo. Tu
padre adoptivo.
Shigeru.”
- los hombres Otori creen que
Kenji y tú habéis sido asesinados – dijo Yuki-. Nadie cree que te marcharas por
tu propia voluntad. Supongo que te alegrará saberlo.
Mi único consuelo era la idea de
que Jato se encontraba oculto a muy poca distancia de m´, y muchas veces sentía
la tentación de agarrar el sable y huir de la casa con su ayuda. Pero, en su
último mensaje, Shigeru me pedía que tuviera paciencia.
En torno a la hora del Mono,
escuché una voz que llegaba desde la tienda del piso de abajo y mi corazón dio
un brinco, pues sabía que se trataba de nuevas noticias.
- ¿está muerto?
- peor que eso: le han capturado.
Ellos te lo contarán.
- ¿va a causarse su propia muerte?
- el señor Otori ha sido despojado
de los privilegios de la casta de los guerreros y va a ser tratado como un
vulgar criminal.
- Lida no se atreverá –dije yo.
- ya lo ha hecho.
En ese momento, Kenji y Kikuta
entraron a la habitación y se quedaron inmóviles al ver que yo sostenía a Jato.
- no voy a atacaros- dije-, aunque
lo merecéis. Pero me mataré…
Kenji hizo un gesto de
desesperación con los ojos, y Kikuta dijo con suavidad:
- ayer, la señora Maruyama intentó
huir del castillo con su hija y su doncella – su voz no detonaba emoción alguna
-. La dama sobornó a uno de los barqueros para que las llevara por el río; pero
alguien los traicionó y la barca fue interceptada. Las tres mujeres se arrojaron
al agua, y la dama y la niña se ahogaron; pero la criada, Sachie, fue
rescatada. Más le hubiera valido haberse ahogado también, porque la torturaron
hasta que reveló el romance de la señora Maruyama con Shigeru, la alianza con
Arai y la conexión de la dama con los Ocultos.
- Lida y los suyos siguieron
actuando como si la boda fuera a celebrarse hasta el último momento, cuando
Shigeru ya estaba en el castillo – relató Kenji -. Entonces los hombres Otori
fueron descuartizados y su señor fue acusado de traición – Kenji hizo una breve
pausa y continuó-: ahora está colgado en el muro del castillo.
- ¿crucificado? – dije, con un
hilo de voz.
- colgado por los brazos.
Cerré los ojos por un instante e
imaginé el dolor, la dislocación de los hombros, el lento ahogamiento y la
terrible humillación.
- ¿es la muerta de un guerrero,
rápida y honorable? – exclamé yo, acusando a Kenji.
Este no respondió. La expresión de
su cara, normalmente cambiante, parecía inmóvil, y su pálida piel, blanca.
Alargué la mano, la puse sobre
Jato, y entonces dije a Kikuta:
- tengo una proposición para la
Tribu. Tengo entendido que trabajáis para quien mejor os pagáis. Pegaré
vuestros servicios con al que, al parecer, valoráis: mi vida y obediencia. Dejadme
ir esta noche a bajar a Shigeru de los muros del castillo. A cambio, abandonaré
el nombre de los Otori y me uniré a la Tribu. Pero si no accedéis, terminaré
con mi vida aquí mismo, nunca saldré de esta habitación.
Los dos maestros intercambiaron
una mirada. Kenji asintió de forma casi imperceptible, y Kikuta dijo:
- acepto tu propuesta. Tienes mi
permiso para ir esta noche al castillo.
- yo iré con él – dijo Yuki – y
prepararé todo lo que pueda necesitar.
- estoy de acuerdo – dijo Kenji—.
Yo también iré.
- ¿qué ha sido del señor
Shirakawa? – pregunté.
- Shizuka dice que está
conmocionado pero tranquilo. Al parecer, no sospechan de él, a excepción de la
culpa que acarrea su desafortunada reputación. La gente dice que sufre una
maldición, pero no es sospechoso de haber tomado parte de la conspiración.
- ¿se ha enterado él de la
desgraciada muerte de la señora Maruyama?
- parece ser que, con un enorme
placer, Lida se lo ha contado.
Reflexioné sobre la promesa que
Shigeru le había hecho a la señora Maruyama en Chigawa: no se casarías con
ninguna otra mujer, y tampoco viviría en un mundo en el que ya no existiera.
- vamos a bajarle del muro – dije
yo.
- no se puede escalar con un sable
largo.
Pero yo no le hice caso. Sabía que
iba a necesitarlo.
Las tejas sobre las que yo apoyaba
la cara estaba húmedas y resbaladizas; la ligera llovizna seguía cayendo y
amortiguaba los sonidos.
La lluvia estaría mojando el
rostro de Shigeru…
Salté al suelo desde el muro y nos
dirigimos al río.
Por encima de mi estaba la hielera
de ventanas de la parte posterior de la residencia. Todas estaban cerradas y cruzadas con barras, excepto una,
la más cercana a las argollas de hierro de las que Shigeru estaba colgado con
una cuerda alrededor de cada muñeca. La cabeza caía hacia delante, sobre el
pecho, y por un momento pensé que estaba muerto, pero entonces vi que sus pies
se apoyaban contra el muro para alivianar el peso que sostenían sus brazos.
Entonces oí el quejido lento de su respiración: estaba vivo.
Sonó el suelo del ruiseñor y de
nuevo me aplaste contra las tejas.
- baila, Shigeru, ¡es el día de tu
boda! – se burlaba el guardia.
Esperamos un largo rato. No
pasaron más patrullas a nuestros pies.
- tenemos que escalar hasta
arriba. Tú ve matando a los guardias que se acerquen a la ventana, y yo lanzaré
mi cuerda y ataré a Shigeru.
Nos dejamos caer al suelo,
cruzamos la estrecha franja de tierra y empezamos a escalar la pared de la
residencia. Yuki entró por la ventana mientras que yo, colgado del alféizar,
agarré la cuerda que llevaba en la cintura y la lance hacia una de las argollas
de hierro.
Los ruiseñores cantaron. Apoyado
contra la pared, me hice invisible. Los integrantes de la patrulla desaparecieron, y yo pude oír
como sus pisadas se apagaban.
Me deslicé el último metro hasta
ponerme a la altura de Shigeru.
Este tenía los ojos cerrados, pero oyó – tal vez sintió – mi
presencia y abrió los ojos, susurró mi nombre sin mostrar sorpresa y curvó sus
labios en lo que parecía el fantasma de su peculiar sonrisa. Aquello me partió el
corazón.
- esto os hará daño; pero no
hagáis ruido – le dije.
Cerró los otra vez y apoyó los
pies contra la pared.
Le até a mí lo más firmemente que
pude y solté un bramido como el de un ciervo. Yuki cortó entonces las cuerdas
que sujetaban a Shigeru y, sin poder evitar, éste dio un grito cuando sus
brazos quedaron libres.
No podíamos detenernos al pie del
muro, sino que tuvimos que cruzar el foso a nado, al tiempo que arrastrábamos a
Shigeru, a quién le habíamos cubierto la cabeza con una capucha negra. Si no
hubiera habido niebla, nos habrían
descubierto de inmediato, pues teníamos que trasladarlo por la superficie del
agua. Para entonces, estaba casi inconciente y el dolor se le hacia
insoportable. Sus labios estaban despellejados, pues se los había mordido para
no gritar; se había dislocado los dos hombros, como era de esperar, y escupía
sangre a causa de alguna herida interna.
Alcanzamos la orilla y tumbamos a
Shigeru sobre la larga hierba propia del verano. Kenji se arrodilló junto a él,
le quitó la capucha y le secó la cara.
- perdóname, Shigeru – dijo.
Éste sonrió, pero no pronunció
palabra. Haciendo acopio de sus fuerzas, susurró mi nombre.
- estoy aquí.
- ¿ has traído a Jato?
- si, señor Shigeru.
- úsalo ahora. Lleva mi cabeza a
Terayama y entiérrame junto a Takeshi. – hizo una pausa, al tiempo que un nuevo
espasmo de dolor le recorría el cuerpo.
Recé para no fallarle en ese momento, pues estaba más
apesadumbrado que cuando, con Jato en sus manos, él me había salvado la vida.
Levanté el sable y pedí el perdón
de Shigeru. El sable dio un pequeño salto y, en un último acto de servicio a su
señor, le envió al otro mundo.
Ni Kenji ni yo fuimos capaces de
derramar una lágrima de dolor o arrepentimiento.
Levante la cabeza – sorprendido por
lo que pesaba –y la puse en sus manos.
- llévala a Terayama –le dije -.
Allí me encontraré contigo.
Entonces, sin convicción, Kenji
murmuró:
- Yunho.
Seguro de que sabía que nada
podría pararme. Dio un rápido abrazo a Yuki – sólo entonces me di cuenta de que
era su hija – y después me siguió cuando me encaminé, de nuevo, hacia el río.
Kenji y yo nos adjudicamos dos
guardias cada uno, y éstos murieron enseguida, incluso antes de que pudieran
bajar la vista. Shigeru tenía razón, pues el sable saltó de mis manos, como por
voluntad propia o como si la misma mano de su amo lo hubiera blandido. No
existió compasión o debilidad por mi parte que pudieran detenerlo.
El suelo del ruiseñor recorría
todo el perímetro de la residencia y también la cruzaba, separando los
aposentos de los hombres con los de las mujeres. En aquel momento, lo tenía
delante de mi y brillaba débilmente, en silencio, bajo la luz de la lámpara.
Me agazapé en las sombras, pues
desde el extremo del edificio llegaban unas voces: un hombre y una mujer. Era
Shuzika.
Ando le dijo:
- voy a ver bailar a Shigeru otra
vez. He esperado un año entero para esto.
Al instante Kenji lo sujeto
férreamente. Yo entré en la sala, me quité la capucha y coloqué la lámpara
junto a mi rostro para que Ando pudiera verme con claridad.
- ¿me ves? – susurré -. ¿me
conoces? Soy el chico de Mino. Esto es por mi gente y por el señor Otori.
La mirada de Ando mostraba tanta
incredulidad como furia. Le maté con el garrote, mientras Kenjin lo sujetaba y
Shizuka observaba. Entonces le susurré a ésta:
- ¿dónde esta Lida?
- con Changmin – respondió ella-,
en la última habitación de los aposentos de las mujeres. Lida está a solas con
él. Si tenemos problemas por aquí, los solucionaré con la ayuda de Kenji.
Apenas presté atención a sus
últimas palabras. Yo había pensado que mantenía la sangre fría, pero en aquel
momento estaba helada. Respiré profundamente, dejando que la oscuridad de los
Kikuta me envolviese por completo, y salí corriendo por el suelo del ruiseñor.
Empuñando a Jato, abría la
contraventana corredera y, de un salto, me planté en la habitación.
Changmin, con un sable en la mano,
se acababa de poner de pie. Estaba cubierto de sangre. Lida yacía sobre el
colchón, boca abajo.
- lo mejor es matar a un hombre y
arrebatarle el sable – dijo -. Eso me contó Shizuka.
Changmin estaba temblando y tenía
las pupilas dilatadas por el estado de conmoción. En la escena había algo casi
sobrenatural: el muchacho, tan joven y frágil; el hombre, enorme y poderoso
incluso después de muerto; el siseo de la lluvia y la quietud de la noche.
Deposité a Jato sobre la estera.
Changmin bajó el sable de Lida y se acercó a mí.
- Yunho –me dijo, como si acabara
de despertar de un sueño. – Lida intentó… yo le maté…
Entonces, se lanzó a mis brazos, y
yo lo abrace con fuerza hasta que dejó de temblar.
- estas empapado – murmuró -. ¿no
sientes frío?
Hasta entonces no lo había
sentido, pero en aquel momento me sentía helado y temblaba casi tanto como
Changmin. Lida estaba muerto, pero no le había matado yo. No había podido
ejecutar mi venganza, pero me resultaba contradecir al destino, que se había
hecho cargo de Sadamu a través de las manos de Changmin. Me sentía
desilucionado, pero también aliviado. Además, Changmin estaba en mis brazos, y
yo llevaba semanas anhelando ese momento.
Cuando recuerdo lo que sucedió a
continuación, sólo puedo alegar que estábamos locos de amor el uno por el otro,
comohabíamos estado desde que nos conocimos en Tsuwano.
- quiero estar contigo antes de
morir – me dijo.
Su boca encontró la mía, y
entonces desató su fajín y su túnica se abrió. Yo me quité la ropa mojada y
sentía en mi piel la piel que tanto había deseado. Nuestros cuerpos se
entregaron con la urgencia y locura propia de la juventud.
No dude en recorrer cada parte su
cuerpos con mis manos desnudas mientras él se aferraba desesperadamente a la
línea de mis hombros, enterrando sus uñas sin reparo alguno, simplemente disfrutando
de las primeras caricias que recibía su cuerpo. Podía escuchar cada suspiró reprimido
que salía de su voz cuando besaba su clavícula.
Me posé entre sus piernas y sin
rodeos entre en su cuerpo. No gritó. Sus piernas rodearon mi cintura con más fuerza y su pelvis se
levantó de forma involuntaria profundizando aún más el contacto. Mis manos parecía
estar soldadas a su cintura. Las embestidas se volvía más salvajes, más
desesperadas con cada segundo que pasaba.
Changmin mordía mis labios cada
tanto, solamente los dejaba libres cuando un gemido salía de sus labios, uno
casi inaudible, ya que gastábamos todo el oxígeno en mantener ese frenético
ritmo con el que uníamos nuestros cuerpos.
Nada más importaba en ese momento.
Ni siquiera el hecho de que el
cuerpo de Lida yacía cerca de nosotros.
Me hubiera gustado morir después;
pero, como el río, la vida nos arrastraba hacia delante. Parecía que había
pasado una eternidad, pero no podían haber sido más de 15 minutos, porque oí
cantar el suelo del ruiseñor.
Changmin se puso en pie con
rapidez, se ató el fajín de la túnica y tomó el sable. Me puse mis ropas
mojadas. Al contacto con mi piel, la humedad pegajosa me producía escalofrío.
Juntos, nos fuimos abriendo camino
con los sables por el suelo del ruiseñor. Cada vez que asestaba un golpe, la
mano se me estremecía de dolor. Si Changmin no hubiera estado allí para
proteger mi costado izquierdo, seguro que yo habría muerto entonces.
Existen numerosas crónicas sobre
la caída de Inuyama, pero como yo no participé más allá de lo narrado
anteriormente, no estimo oportuno describir los hechos en mi relato.
Yo no había esperado sobrevivir a
aquella noche; no tenía ni idea de qué iba a hacer a continuación. Había
entregado mi vida a la Tribu, eso lo tenía claro; pero todavía tenía
obligaciones para con Shigeru. Changmin ignoraba mi pacto con los Kikuta. Si yo
fuera el heredero de Otori Shigeru, mi deber sería casarme con él – eso era lo
que yo más deseaba -; sin embargo, si me unía a los Kikuta el joven Shirakawa
sería tan lejano como la mismísima luna. Lo que había sucedido entre nosotros parecía un sueño.
Primero fuimos a la residencia de
los Muto, donde yo ya había estado escondido, y allí nos cambiamos de ropa y
comimos algo. Shizuka dejó a Changmin al cuidados de las mujeres de la casa y
se marchó de inmediato a ver a Arai.
Al día siguiente fui a dejar la
cabeza de Lida frente a la tumba de Shigeru. Tenía que cumplir mi último deber
hacia él y, después, desaparecería en el mundo secreto de la Tribu.
Kenji tenía razón. La gente quería
a Shigeru: los monjes, los campesinos, la mayor parte del clan Otori… yo había
vengado su muerte y, por eso, el amor que sentían por él recaía ahora en mí.
Tal cariño me pesaba como una
losa. No deseaba que me adularan, pues no lo merecía, y mi situación no me
permitía corresponder a sus muestras de afecto. Me despedía de los monjes, les
deseé excito y continué cabalgando, después de meter la cabeza en la cesta.
Recordaba con nostalgia la casa de
Hagi – el murmullo del río y del ambiente -. Empecé a soñar despierto e imaginé
a Changmin preparando té en el pabellón que Shigeru había construido. Al
atardecer, contemplaríamos cómo la garza llegaba al jardín y se posaba,
paciente, en el arroyo.
Después de visitar la tumba de
Shigeru, Changmin regresó a la casa de huéspedes donde se alojaban las mujeres
y no tuve ocasión de hablar con él. Anhelaba verlo, pero también e asustaba el
poder que él ejercía sobre mí y el que yo tenía sobre él. La idea de que no iba
a estar junto a Changmin nunca más me atenazaba el corazón.
- el señor Shirakawa desea verte.
- no debo verlo – dije yo.
- llegarán antes del amanecer –
replicó Shizuka -. Le he contado que nunca te dejarán libre. Lo cierto es que a
causa de tu desobediencia en Inuyama, el maestro ha decidido que si no partes
con ellos esta noche, morirás. Changmin quiere despedirse de ti.
Sin más, seguí a Shizuka. Changmin
estaba sentado en el extremo de la veranda, y la pálida luz de la luna
iluminaba débilmente su silueta. Pensé que reconocería su perfil en cualquier
lugar: la forma de su cabeza, sus hombros y el movimiento tan peculiar con el
que se dio la vuelta para mirarme.
- Shizuka me ha dicho que tienes
que abandonarme, que no podremos casarnos – exclamó Changmin, en voz baja y
desconcertado.
- la Tribu no me permitirá llevar
esa clase de vida. No soy, y nunca podré ser, un señor del clan Otori.
- pero Arai te protegerá; esa es
su intención. No hay nada que pueda oponerse en nuestro camino.
- hice un trato con el jefe de mi familia – dije yo – desde
ahora, mi vida le pertenece.
Changmin dijo:
- en los ocho años que pasé
cautivo nunca pedí nada a nadie. Lida Sadamu me ordenó que me quitara la vida,
y yo no supliqué que lo reconsiderara. Iba a violarme, y no imploré clemencia.
Pero ahora te voy a pedir algo: no me abandones. Te ruego que te cases conmigo.
Nunca volveré a pedirle nada a nadie.
Changmin se arrojó al suelo
delante de mí, y yo pude oler su perfume.
- tengo miedo – susurró –. Temo lo
que pueda sucederme. Sólo me encuentro a salvo a tu lado.
La despedida resultaba más
dolorosa de lo que yo había imaginado. Ambos sabíamos que si pudiéramos yacer
juntos, con su piel contra mi piel, el dolor cesaría al instante.
- la Tribu me matará- dije yo,
finalmente.
- ¡hay cosas peores que la muerte!
Si te matan, yo me quitaré la vida para seguirte – Changmin tomó mis manos
entre las suyas y se inclinó hacia mi. Sus ojos ardían, sus manos estaban secas
y calientes, y sus huesos parecían tan débiles como los de un pájaro. Yo notaba
cómo la sangre corría a borbotones bajo su piel-. Si no podemos vivir juntos,
debemos morir a la vez.
Su voz sonaba apremiante y
emocionada. El aire de la noche se enfrió de repente. En las canciones y en los
romances, los amantes morían por amor. Recordé las palabras que Kenji le dijo a
Shigeru: “estás enamorado de la muerte, como todos los de tu clase”. Changmin
también pertenecía a la casta de los guerreros, pero yo no. Yo no quería morir;
ni siquiera había cumplido los 18 años.
Mi silencio fue respuesta
suficiente. Sus ojos examinaron mi cara.
- nunca querré a nadie más que a
ti – dijo Changmin.
Lo cierto era que apenas nos
habíamos mirado a los ojos con anterioridad. Nuestras miradas siempre habían
sido encubiertas. En ese momento, cuando estábamos a punto de separarnos, nos
miramos fijamente, sin modestia ni vergüenza. Yo notaba su dolor y su
desesperación, y deseaba aliviar su sufrimiento; pero no podía hacer lo que él
me pedía. Mientras sujetaba sus manos y le miraba a lo más profundo de sus ojos,
surgió una extraña energía y su mirada se intensificó, como si se estuviera
ahogando. Entonces, Changmin suspiró y cerró los ojos. Su cuerpo comenzó a
oscilar, y Shizuka dio un salto desde las sombras y lo tomó entre sus brazos,
al tiempo que caía. Changmin había caído en un profundo sueño, como me había
ocurrido a mí ante los ojos de Kikuta en la habitación secreta.
Temblé, pues de repente me había
quedado helado.
- no deberías haber hecho eso –
susurró Shizuka.
- no tenía la intención de
hacerlo repliqué -. Nunca antes
había dormido a una persona, sólo a los perros.
Shizuka me dio un golpe en el
brazo.
- vete con los Kikuta. Vete y
aprende a controlar tus poderes. Quizá junto a ellos puedas madurar.
Regresé a mi habitación y recogí
mis pertenencias, que eran muy pocas: la carta de Shigeru, mi cuchillo y Jato.
Mi antiguo preceptor, Kenji, y el
maestro Kikuta me esperaban bajo la luz de la luna. Vestían ropas de viaje,
poco notorias y bastante modestas, y podrían haber pasado por dos hermanos, tal
vez hombres de letras o mercaderes fracasados.
El viento mecía los cedros
centenarios y los insectos nocturnos continuaban con su inocente zumbido.
De esta forma, el mundo seguía su
marcha, y la humanidad vivía en él de la mejor manera posible, entre la luz y
las sombras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario