Lealtad, Amor y Guerra PARTE 3


- ¿dónde estoy?
- es una de las casa de la Tribu. Te sacaremos de la ciudad en uno o dos días.

Su voz calmada y pragmática me enfureció aún más.

- la noche  de mi adopción le dijiste que no le traicionarías. ¿te acuerdas?

Kenji suspiró.

- aquella noche los dos hablamos sobre lealtades encontradas. Shigeru sabe que, en primer lugar, mi obligación es servir a la Tribu.
- ¿por qué ahora? – pregunté, con amargura -. Podrías haberme dejado una noche más.
- tal vez yo, personalmente, te hubiera concedido esa oportunidad; pero el  incidente de Yamagata hizo que los acontecimientos escaparan a mi control. En todo caso, ahora estarías muerto y no serías de utilidad a nadie.
- pero primero podría haber acabado con la vida de Lida – mascullé.
- esa posibilidad fue considerada – dijo Kenji -, y se decidió que no era acorde con los intereses de la Tribu.
- supongo que la mayoría de vosotros trabaja para Lida…
- trabajamos para quien mejor nos paga. Nos gusta una sociedad estable. La guerra abierta dificulta nuestras operaciones. El gobierno de Lida es cruel pero sólido, y nos conviene.
- o sea, que estuviste engañando a Shigeru todo el tiempo.
- Shigeru estaba condenado desde el principio. Demasiados señores poderosos querían librarse de él. Ha tenido suerte de sobrevivir tanto tiempo.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

- ¡no debe morir! – exclamé
- seguro que Lida encuentra algún pretexto para matarle – dijo Kenji, con suavidad-; es demasiado poderoso para poder seguir con vida. El problema con Shigeru es que la gente le quiere.
- ¡no podemos abandonarle! ¡déjame volver con él!
- no es decisión mía.
- ríndete, Yunho – dijo Kenji, al tiempo que me miraba a los ojos-. Todo ha terminado.

Yo asentí lentamente. Sería mejor que fingiera estar de acuerdo.

- ¿puedes desatarme?
- esta noche, no.

La boda se iba a celebrar dos días después. ¿sobrevivía Shigeru hasta entonces? Si fuera asesinado antes, ¿qué sería de Changmin? Mis pensamientos me atormentaban. Me angustiaba la idea de que Shigeru pudiera creer que yo había escapado por voluntad propia.

- todo pasara – dijo

Si mis manos hubieran estado libres, le habría matado. Salté hacia él, balanceando las manos atadas para golpearle en el costado.

- ¡ríndete! – gritó -. haré que te rindas a golpes si es necesario. ¿es eso lo que quieres?
- ¡si! – grité yo-. Venga, mátame, porque esa será la única manera en la que podrás retenerme aquí.

Entonces, Kenji se arrodilló frente a mí, me agarró la cabeza y me obligo a mirarle.

- ¡estoy intentando salvarte la vida! – gritó - ¿es que no puedes meterte eso en tu cabezota?

Yo le escupí, y me preparé para recibir otro golpe, pero el hombre del carromato le detuvo.

- ¿qué tipo de sangre, testaruda y demente, heredaste de tu madre? – preguntó, lleno de rabia. Cuando llegó a la puerta, se dio la vuelta y dijo-: no le quitéis la vista de encima. No lo desatéis.

El sueño me despejó. Cuando desperté, era ya por la mañana. Mi cuerpo se había recuperado en parte y ya podía moverme sin sentir dolor. Yuki estaba de vuelta, y al notar que me había despertado, envió a Akio a hacer un recado. Yuki aparentaba ser mayor que los otros, y por lo visto tenía cierta autoridad sobre ellos.

- anoche fui a la casa de huéspedes y conseguí hablar con el señor Otori. Sintió gran alivio al enterarse de que estás sano y salvo. Su mayor preocupación era que los Tohan te hubieran atrapado y asesinado. Te ha escrito una carta.
-¿la tienes?

Yuki asintió.

- tengo otra cosa para ti.

Se trataba de Jato.

Me invadió tal sentimiento de tristeza que pensé que iba a morir. Entonces, las lágrimas me cayeron a borbotones y me resultó imposible frenarlas.

Yuki, con amabilidad, exclamó:

- van a ir desarmados al castillo para la ceremonia. Shigeru no quiere que su sable se pierda en caso de que él no regrese.
-no regresará – dije yo, al tiempo que las lágrimas caían en torrente. - ¿por qué lo hiciste? – pregunté – has desobedecido a la Tribu.
- estuve allí cuando Takeshi, el hermano del señor Otori, fue asesinado… - No quise interrogarla más, y me sentí muy agradecido por lo que había hecho por mi.
- dame la carta – dije, al cabo de un rato.

“por razones que no vienen al caso, no nos fue posible continuar con nuestro arriesgado plan. Lo lamento mucho, pero al menos me he evitado el sufrimiento de enviarte a la muerte. Me dicen que estás con la Tribu y, por lo tanto, tu destino queda fuera de mi control. No obstante, era mi hijo adoptivo y mi legítimo heredero, y abrigo la esperanza de que algún día  puedas asumir tu herencia como Otori. Si muero en la manos de Lida, te pido que vengues  mi muerte  pero que no la llores, pues pienso que con ella alcanzaré más logros que con mi vida. Ten paciencia. También te pido que cuides del señor Shirakawa
Algún vínculo de una vida anterior ha debido de dictar la fortaleza de nuestros sentimientos. Me alegro de haberte encontrado en Mino. Te envío un abrazo. Tu padre adoptivo.

Shigeru.”

- los hombres Otori creen que Kenji y tú habéis sido asesinados – dijo Yuki-. Nadie cree que te marcharas por tu propia voluntad. Supongo que te alegrará saberlo.

Mi único consuelo era la idea de que Jato se encontraba oculto a muy poca distancia de m´, y muchas veces sentía la tentación de agarrar el sable y huir de la casa con su ayuda. Pero, en su último mensaje, Shigeru me pedía que tuviera paciencia.

En torno a la hora del Mono, escuché una voz que llegaba desde la tienda del piso de abajo y mi corazón dio un brinco, pues sabía que se trataba de nuevas noticias.

- ¿está muerto?
- peor que eso: le han capturado. Ellos te lo contarán.
- ¿va a causarse su propia muerte?
- el señor Otori ha sido despojado de los privilegios de la casta de los guerreros y va a ser tratado como un vulgar criminal.
- Lida no se atreverá –dije yo.
- ya lo ha hecho.

En ese momento, Kenji y Kikuta entraron a la habitación y se quedaron inmóviles al ver que yo sostenía a Jato.

- no voy a atacaros- dije-, aunque lo merecéis. Pero me mataré…

Kenji hizo un gesto de desesperación con los ojos, y Kikuta dijo con suavidad:

- ayer, la señora Maruyama intentó huir del castillo con su hija y su doncella – su voz no detonaba emoción alguna -. La dama sobornó a uno de los barqueros para que las llevara por el río; pero alguien los traicionó y la barca fue interceptada. Las tres mujeres se arrojaron al agua, y la dama y la niña se ahogaron; pero la criada, Sachie, fue rescatada. Más le hubiera valido haberse ahogado también, porque la torturaron hasta que reveló el romance de la señora Maruyama con Shigeru, la alianza con Arai y la conexión de la dama con los Ocultos.
- Lida y los suyos siguieron actuando como si la boda fuera a celebrarse hasta el último momento, cuando Shigeru ya estaba en el castillo – relató Kenji -. Entonces los hombres Otori fueron descuartizados y su señor fue acusado de traición – Kenji hizo una breve pausa y continuó-: ahora está colgado en el muro del castillo.
- ¿crucificado? – dije, con un hilo de voz.
- colgado por los brazos.

Cerré los ojos por un instante e imaginé el dolor, la dislocación de los hombros, el lento ahogamiento y la terrible humillación.

- ¿es la muerta de un guerrero, rápida y honorable? – exclamé yo, acusando a Kenji.

Este no respondió. La expresión de su cara, normalmente cambiante, parecía inmóvil, y su pálida piel, blanca.

Alargué la mano, la puse sobre Jato, y entonces dije a Kikuta:

- tengo una proposición para la Tribu. Tengo entendido que trabajáis para quien mejor os pagáis. Pegaré vuestros servicios con al que, al parecer, valoráis: mi vida y obediencia. Dejadme ir esta noche a bajar a Shigeru de los muros del castillo. A cambio, abandonaré el nombre de los Otori y me uniré a la Tribu. Pero si no accedéis, terminaré con mi vida aquí mismo, nunca saldré de esta habitación.

Los dos maestros intercambiaron una mirada. Kenji asintió de forma casi imperceptible, y Kikuta dijo:

- acepto tu propuesta. Tienes mi permiso para ir esta noche al castillo.
- yo iré con él – dijo Yuki – y prepararé todo lo que pueda necesitar.
- estoy de acuerdo – dijo Kenji—. Yo también iré.
- ¿qué ha sido del señor Shirakawa? – pregunté.
- Shizuka dice que está conmocionado pero tranquilo. Al parecer, no sospechan de él, a excepción de la culpa que acarrea su desafortunada reputación. La gente dice que sufre una maldición, pero no es sospechoso de haber tomado parte de la conspiración.
- ¿se ha enterado él de la desgraciada muerte de la señora Maruyama?
- parece ser que, con un enorme placer, Lida se lo ha contado.

Reflexioné sobre la promesa que Shigeru le había hecho a la señora Maruyama en Chigawa: no se casarías con ninguna otra mujer, y tampoco viviría en un mundo en el que ya no existiera.

- vamos a bajarle del muro – dije yo.
- no se puede escalar con un sable largo.

Pero yo no le hice caso. Sabía que iba a necesitarlo.

Las tejas sobre las que yo apoyaba la cara estaba húmedas y resbaladizas; la ligera llovizna seguía cayendo y amortiguaba los sonidos.

La lluvia estaría mojando el rostro de Shigeru…

Salté al suelo desde el muro y nos dirigimos al río.

Por encima de mi estaba la hielera de ventanas de la parte posterior de la residencia.  Todas estaban cerradas y cruzadas con barras, excepto una, la más cercana a las argollas de hierro de las que Shigeru estaba colgado con una cuerda alrededor de cada muñeca. La cabeza caía hacia delante, sobre el pecho, y por un momento pensé que estaba muerto, pero entonces vi que sus pies se apoyaban contra el muro para alivianar el peso que sostenían sus brazos. Entonces oí el quejido lento de su respiración: estaba vivo.

Sonó el suelo del ruiseñor y de nuevo me aplaste contra las tejas.

- baila, Shigeru, ¡es el día de tu boda! – se burlaba el guardia.

Esperamos un largo rato. No pasaron más patrullas a nuestros pies.

- tenemos que escalar hasta arriba. Tú ve matando a los guardias que se acerquen a la ventana, y yo lanzaré mi cuerda y ataré a Shigeru.

Nos dejamos caer al suelo, cruzamos la estrecha franja de tierra y empezamos a escalar la pared de la residencia. Yuki entró por la ventana mientras que yo, colgado del alféizar, agarré la cuerda que llevaba en la cintura y la lance hacia una de las argollas de hierro.

Los ruiseñores cantaron. Apoyado contra la pared, me hice invisible.  Los integrantes de la patrulla desaparecieron, y yo pude oír como sus pisadas se apagaban.

Me deslicé el último metro hasta ponerme a la altura de Shigeru.      

 Este tenía los ojos cerrados, pero oyó – tal vez sintió – mi presencia y abrió los ojos, susurró mi nombre sin mostrar sorpresa y curvó sus labios en lo que parecía el fantasma de su peculiar sonrisa. Aquello me partió el corazón.

- esto os hará daño; pero no hagáis ruido – le dije.

Cerró los otra vez y apoyó los pies contra la pared.

Le até a mí lo más firmemente que pude y solté un bramido como el de un ciervo. Yuki cortó entonces las cuerdas que sujetaban a Shigeru y, sin poder evitar, éste dio un grito cuando sus brazos quedaron libres.

No podíamos detenernos al pie del muro, sino que tuvimos que cruzar el foso a nado, al tiempo que arrastrábamos a Shigeru, a quién le habíamos cubierto la cabeza con una capucha negra. Si no hubiera habido  niebla, nos habrían descubierto de inmediato, pues teníamos que trasladarlo por la superficie del agua. Para entonces, estaba casi inconciente y el dolor se le hacia insoportable. Sus labios estaban despellejados, pues se los había mordido para no gritar; se había dislocado los dos hombros, como era de esperar, y escupía sangre a causa de alguna herida interna.

Alcanzamos la orilla y tumbamos a Shigeru sobre la larga hierba propia del verano. Kenji se arrodilló junto a él, le quitó la capucha y le secó la cara.

- perdóname, Shigeru – dijo.

Éste sonrió, pero no pronunció palabra. Haciendo acopio de sus fuerzas, susurró mi nombre.

- estoy aquí.
- ¿ has traído a Jato?
- si, señor Shigeru.
- úsalo ahora. Lleva mi cabeza a Terayama y entiérrame junto a Takeshi. – hizo una pausa, al tiempo que un nuevo espasmo de dolor le recorría el cuerpo.

Recé  para no fallarle en ese momento, pues estaba más apesadumbrado que cuando, con Jato en sus manos, él me había salvado la vida.

Levanté el sable y pedí el perdón de Shigeru. El sable dio un pequeño salto y, en un último acto de servicio a su señor, le envió al otro mundo.

Ni Kenji ni yo fuimos capaces de derramar una lágrima de dolor o arrepentimiento.

Levante la cabeza – sorprendido por lo que pesaba –y la puse en sus manos.

- llévala a Terayama –le dije -. Allí me encontraré contigo.

Entonces, sin convicción, Kenji murmuró:

- Yunho.

Seguro de que sabía que nada podría pararme. Dio un rápido abrazo a Yuki – sólo entonces me di cuenta de que era su hija – y después me siguió cuando me encaminé, de nuevo, hacia el río.

Kenji y yo nos adjudicamos dos guardias cada uno, y éstos murieron enseguida, incluso antes de que pudieran bajar la vista. Shigeru tenía razón, pues el sable saltó de mis manos, como por voluntad propia o como si la misma mano de su amo lo hubiera blandido. No existió compasión o debilidad por mi parte que pudieran detenerlo.

El suelo del ruiseñor recorría todo el perímetro de la residencia y también la cruzaba, separando los aposentos de los hombres con los de las mujeres. En aquel momento, lo tenía delante de mi y brillaba débilmente, en silencio, bajo la luz de la lámpara.

Me agazapé en las sombras, pues desde el extremo del edificio llegaban unas voces: un hombre y una mujer. Era Shuzika.

Ando le dijo:

- voy a ver bailar a Shigeru otra vez. He esperado un año entero para esto.

Al instante Kenji lo sujeto férreamente. Yo entré en la sala, me quité la capucha y coloqué la lámpara junto a mi rostro para que Ando pudiera verme con claridad.

- ¿me ves? – susurré -. ¿me conoces? Soy el chico de Mino. Esto es por mi gente y por el señor Otori.

La mirada de Ando mostraba tanta incredulidad como furia. Le maté con el garrote, mientras Kenjin lo sujetaba y Shizuka observaba. Entonces le susurré a ésta:

- ¿dónde esta Lida?
- con Changmin – respondió ella-, en la última habitación de los aposentos de las mujeres. Lida está a solas con él. Si tenemos problemas por aquí, los solucionaré con la ayuda de Kenji.

Apenas presté atención a sus últimas palabras. Yo había pensado que mantenía la sangre fría, pero en aquel momento estaba helada. Respiré profundamente, dejando que la oscuridad de los Kikuta me envolviese por completo, y salí corriendo por el suelo del ruiseñor.

Empuñando a Jato, abría la contraventana corredera y, de un salto, me planté en la habitación.

Changmin, con un sable en la mano, se acababa de poner de pie. Estaba cubierto de sangre. Lida yacía sobre el colchón, boca abajo.

- lo mejor es matar a un hombre y arrebatarle el sable – dijo -. Eso me contó Shizuka.

Changmin estaba temblando y tenía las pupilas dilatadas por el estado de conmoción. En la escena había algo casi sobrenatural: el muchacho, tan joven y frágil; el hombre, enorme y poderoso incluso después de muerto; el siseo de la lluvia y la quietud de la noche.

Deposité a Jato sobre la estera. Changmin bajó el sable de Lida y se acercó a mí.

- Yunho –me dijo, como si acabara de despertar de un sueño. – Lida intentó… yo le maté…

Entonces, se lanzó a mis brazos, y yo lo abrace con fuerza hasta que dejó de temblar.

- estas empapado – murmuró -. ¿no sientes frío?

Hasta entonces no lo había sentido, pero en aquel momento me sentía helado y temblaba casi tanto como Changmin. Lida estaba muerto, pero no le había matado yo. No había podido ejecutar mi venganza, pero me resultaba contradecir al destino, que se había hecho cargo de Sadamu a través de las manos de Changmin. Me sentía desilucionado, pero también aliviado. Además, Changmin estaba en mis brazos, y yo llevaba semanas anhelando ese momento.

Cuando recuerdo lo que sucedió a continuación, sólo puedo alegar que estábamos locos de amor el uno por el otro, comohabíamos estado desde que nos conocimos en Tsuwano.

- quiero estar contigo antes de morir – me dijo.

Su boca encontró la mía, y entonces desató su fajín y su túnica se abrió. Yo me quité la ropa mojada y sentía en mi piel la piel que tanto había deseado. Nuestros cuerpos se entregaron con la urgencia y locura propia de la juventud.

No dude en recorrer cada parte su cuerpos con mis manos desnudas mientras él se aferraba desesperadamente a la línea de mis hombros, enterrando sus uñas sin reparo alguno, simplemente disfrutando de las primeras caricias que recibía su cuerpo. Podía escuchar cada suspiró reprimido que salía de su voz cuando besaba su clavícula.

Me posé entre sus piernas y sin rodeos entre en su cuerpo. No gritó. Sus piernas rodearon  mi cintura con más fuerza y su pelvis se levantó de forma involuntaria profundizando aún más el contacto. Mis manos parecía estar soldadas a su cintura. Las embestidas se volvía más salvajes, más desesperadas con cada segundo que pasaba.

Changmin mordía mis labios cada tanto, solamente los dejaba libres cuando un gemido salía de sus labios, uno casi inaudible, ya que gastábamos todo el oxígeno en mantener ese frenético ritmo con el que uníamos nuestros cuerpos.

Nada más importaba en ese momento.

Ni siquiera el hecho de que el cuerpo de Lida yacía cerca de nosotros.

Me hubiera gustado morir después; pero, como el río, la vida nos arrastraba hacia delante. Parecía que había pasado una eternidad, pero no podían haber sido más de 15 minutos, porque oí cantar el suelo del ruiseñor.

Changmin se puso en pie con rapidez, se ató el fajín de la túnica y tomó el sable. Me puse mis ropas mojadas. Al contacto con mi piel, la humedad pegajosa me producía escalofrío.

Juntos, nos fuimos abriendo camino con los sables por el suelo del ruiseñor. Cada vez que asestaba un golpe, la mano se me estremecía de dolor. Si Changmin no hubiera estado allí para proteger mi costado izquierdo, seguro que yo habría muerto entonces.

Existen numerosas crónicas sobre la caída de Inuyama, pero como yo no participé más allá de lo narrado anteriormente, no estimo oportuno describir los hechos en mi relato.

Yo no había esperado sobrevivir a aquella noche; no tenía ni idea de qué iba a hacer a continuación. Había entregado mi vida a la Tribu, eso lo tenía claro; pero todavía tenía obligaciones para con Shigeru. Changmin ignoraba mi pacto con los Kikuta. Si yo fuera el heredero de Otori Shigeru, mi deber sería casarme con él – eso era lo que yo más deseaba -; sin embargo, si me unía a los Kikuta el joven Shirakawa sería tan lejano como la mismísima  luna. Lo que había sucedido entre nosotros parecía un sueño.

Primero fuimos a la residencia de los Muto, donde yo ya había estado escondido, y allí nos cambiamos de ropa y comimos algo. Shizuka dejó a Changmin al cuidados de las mujeres de la casa y se marchó de inmediato a ver a Arai.

Al día siguiente fui a dejar la cabeza de Lida frente a la tumba de Shigeru. Tenía que cumplir mi último deber hacia él y, después, desaparecería en el mundo secreto de la Tribu.

Kenji tenía razón. La gente quería a Shigeru: los monjes, los campesinos, la mayor parte del clan Otori… yo había vengado su muerte y, por eso, el amor que sentían por él recaía ahora en mí.

Tal cariño me pesaba como una losa. No deseaba que me adularan, pues no lo merecía, y mi situación no me permitía corresponder a sus muestras de afecto. Me despedía de los monjes, les deseé excito y continué cabalgando, después de meter la cabeza en la cesta.  

Recordaba con nostalgia la casa de Hagi – el murmullo del río y del ambiente -. Empecé a soñar despierto e imaginé a Changmin preparando té en el pabellón que Shigeru había construido. Al atardecer, contemplaríamos cómo la garza llegaba al jardín y se posaba, paciente, en el arroyo.

Después de visitar la tumba de Shigeru, Changmin regresó a la casa de huéspedes donde se alojaban las mujeres y no tuve ocasión de hablar con él. Anhelaba verlo, pero también e asustaba el poder que él ejercía sobre mí y el que yo tenía sobre él. La idea de que no iba a estar junto a Changmin nunca más me atenazaba el corazón.

- el señor Shirakawa desea verte.
- no debo verlo – dije yo.
- llegarán antes del amanecer – replicó Shizuka -. Le he contado que nunca te dejarán libre. Lo cierto es que a causa de tu desobediencia en Inuyama, el maestro ha decidido que si no partes con ellos esta noche, morirás. Changmin quiere despedirse de ti.

Sin más, seguí a Shizuka. Changmin estaba sentado en el extremo de la veranda, y la pálida luz de la luna iluminaba débilmente su silueta. Pensé que reconocería su perfil en cualquier lugar: la forma de su cabeza, sus hombros y el movimiento tan peculiar con el que se dio la vuelta para mirarme.

- Shizuka me ha dicho que tienes que abandonarme, que no podremos casarnos – exclamó Changmin, en voz baja y desconcertado.
- la Tribu no me permitirá llevar esa clase de vida. No soy, y nunca podré ser, un señor del clan Otori.
- pero Arai te protegerá; esa es su intención. No hay nada que pueda oponerse en nuestro camino.
- hice un trato con  el jefe de mi familia – dije yo – desde ahora, mi vida le pertenece.

Changmin dijo:

- en los ocho años que pasé cautivo nunca pedí nada a nadie. Lida Sadamu me ordenó que me quitara la vida, y yo no supliqué que lo reconsiderara. Iba a violarme, y no imploré clemencia. Pero ahora te voy a pedir algo: no me abandones. Te ruego que te cases conmigo. Nunca volveré a pedirle nada a nadie.

Changmin se arrojó al suelo delante de mí, y yo pude oler su perfume.

- tengo miedo – susurró –. Temo lo que pueda sucederme. Sólo me encuentro a salvo a tu lado.

La despedida resultaba más dolorosa de lo que yo había imaginado. Ambos sabíamos que si pudiéramos yacer juntos, con su piel contra mi piel, el dolor cesaría al instante.

- la Tribu me matará- dije yo, finalmente.
- ¡hay cosas peores que la muerte! Si te matan, yo me quitaré la vida para seguirte – Changmin tomó mis manos entre las suyas y se inclinó hacia mi. Sus ojos ardían, sus manos estaban secas y calientes, y sus huesos parecían tan débiles como los de un pájaro. Yo notaba cómo la sangre corría a borbotones bajo su piel-. Si no podemos vivir juntos, debemos morir a la vez.

Su voz sonaba apremiante y emocionada. El aire de la noche se enfrió de repente. En las canciones y en los romances, los amantes morían por amor. Recordé las palabras que Kenji le dijo a Shigeru: “estás enamorado de la muerte, como todos los de tu clase”. Changmin también pertenecía a la casta de los guerreros, pero yo no. Yo no quería morir; ni siquiera había cumplido los 18 años.

Mi silencio fue respuesta suficiente. Sus ojos examinaron mi cara.

- nunca querré a nadie más que a ti – dijo Changmin.

Lo cierto era que apenas nos habíamos mirado a los ojos con anterioridad. Nuestras miradas siempre habían sido encubiertas. En ese momento, cuando estábamos a punto de separarnos, nos miramos fijamente, sin modestia ni vergüenza. Yo notaba su dolor y su desesperación, y deseaba aliviar su sufrimiento; pero no podía hacer lo que él me pedía. Mientras sujetaba sus manos y le miraba a lo más profundo de sus ojos, surgió una extraña energía y su mirada se intensificó, como si se estuviera ahogando. Entonces, Changmin suspiró y cerró los ojos. Su cuerpo comenzó a oscilar, y Shizuka dio un salto desde las sombras y lo tomó entre sus brazos, al tiempo que caía. Changmin había caído en un profundo sueño, como me había ocurrido a mí ante los ojos de Kikuta en la habitación secreta.

Temblé, pues de repente me había quedado helado.

- no deberías haber hecho eso – susurró Shizuka.
- no tenía la intención de hacerlo  repliqué -. Nunca antes había dormido a una persona, sólo a los perros.

Shizuka me dio un golpe en el brazo.

- vete con los Kikuta. Vete y aprende a controlar tus poderes. Quizá junto a ellos puedas madurar.

Regresé a mi habitación y recogí mis pertenencias, que eran muy pocas: la carta de Shigeru, mi cuchillo y Jato.

Mi antiguo preceptor, Kenji, y el maestro Kikuta me esperaban bajo la luz de la luna. Vestían ropas de viaje, poco notorias y bastante modestas, y podrían haber pasado por dos hermanos, tal vez hombres de letras o mercaderes fracasados.

El viento mecía los cedros centenarios y los insectos nocturnos continuaban con su inocente zumbido.

De esta forma, el mundo seguía su marcha, y la humanidad vivía en él de la mejor manera posible, entre la luz y las sombras.



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